Hace doscientos años, desde Ipiranga, Sao Paulo, un grito viajó por lo que, desde entonces, se conocería como el Imperio del Brasil: “la independencia o la muerte”. El autor de estas palabras era Pedro I, entonces regente de Brasil, hijo de Juan I, rey de Portugal, Brasil y Algarves. Con el pronunciamiento, el territorio americano que Portugal había colonizado desde su descubrimiento en 1500, se emancipó de la metrópolis. Pedro se proclamó emperador del nuevo estado, quizás emancipándose él también, pero de su padre. El 7 de septiembre se celebra la independencia de este gigante de Sudamérica, hoy miembro del grupo BRICS y del G20, de gran actividad en la arena internacional; una independencia que, al igual que el mismo país, se diferencia profundamente del resto de la región.
Fernando Henrique Cardoso, ex presidente de Brasil, dice que para entender la colonización de América debemos ver los mapas de sus ciudades: mientras los españoles trazaban cuadrículas rígidas, con una plaza central y edificios administrativos a su alrededor, los portugueses fueron más pragmáticos: sus ciudades parecen fluir junto con la cambiante topografía brasileña, subiéndose a sus característicos morros y bordeando sus costas. Este es quizás el puntapié para la divergencia experimentada por los territorios divididos por el Tratado de Tordesillas (1494), cuya evolución sería marcadamente distinta. Tanto así que, durante las Guerras Napoleónicas (1803-1815), toda la corte real portuguesa se mudaría al principado de Brasil, cuya importancia y estatus crecerían exponencialmente.
Es así que, hacia 1822, la independencia no surgió de un resentimiento a la metrópolis; a diferencia de Hispanoamérica, independizada plenamente al ganarse la batalla de Ayacucho dos años después, Brasil mantenía profundos vínculos con Portugal, sus elites se formaban en universidades peninsulares, y por lo tanto demostraban consensos políticos. De todas formas, luego de la revolución liberal de Oporto de 1820, y la degradación de Brasil a mera provincia de Portugal, la elite criolla entendió que debían responder con firmeza.
Las relaciones históricas entre Brasil y nuestro país, la Argentina, fueron poco amistosas a través de los años. Al poco de haberse independizado, batallamos en la Guerra de Brasil (1825-1828) por el control de la Banda Oriental; intervinieron en el territorio para deponer a Rosas, de la mano de Urquiza, en 1852; nos unimos contra Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza, (1865-1870), quizás el hito más oscuro de la historia regional; y el siglo veinte estuvo marcado por una constante amenaza de conflicto entre ambos estados, todo menos apaciguada por las doctrinas de seguridad nacional que tanto Brasil como Argentina sostenían.
Y sin embargo, ante todo pronóstico, parecería que logramos superar esa brecha. Nuestros programas nucleares, de los más avanzados de la región, fueron orientados lejos de la carrera armamentística nuclear por mutuo acuerdo; nuestro vínculo bilateral fue el origen del Mercado Común del Sur; somos grandes socios comerciales, para beneficio de ambos estados. Aún queda mucho por hacer; intensificar nuestros vínculos estratégicos con Brasil podría ser la mayor tarea pendiente de nuestra política exterior. Pero los fundamentos de nuestra relación, francamente, son de hermandad. Hoy que la influencia de las grandes potencias globales en la región está en boca de todos, recordemos que la mejor forma de proteger lo nuestro será la unión.
Los estados del sur de Brasil, transitados por incontables familias argentinas en su camino a playas como Camboriú o Florianópolis, comparte con nosotros un distintivo regional: las personas que viven del campo, que nosotros llamamos gauchos, ellos llaman gaúchos. Para sortear esa distancia entre Brasilia y Buenos Aires que, a veces, se hace demasiado larga, recordemos las palabras de aquél gaúcho, quien en vez de gritar, cantó: “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos se pelean, los devoran los de afuera”.
Por Sebastián Uría
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