Como
cada año que pasa, a principios del mes de febrero vuelve a renovarse, como si
nunca hubiera existido, la discusión acerca de la educación. Hasta antes de la
pandemia mundial del 2020, la cuestión era monotemática: la postergación del
inicio de clases por una puja sindical con el gobierno acerca de los salarios. En
el contexto actual, el debate, lamentablemente, converge otros tópicos como es
la presencialidad o no de las clases.
Desde
hace tiempo la Argentina va perdiendo escalones en el nivel educativo de su
población y el nivel académico no solo de sus docentes sino también de los
programas de estudios que brinda. Décadas atrás, la educación pública era de
las más prestigiosas y, ahora, cada vez más va teniendo palos en la rueda que
no la dejan avanzar.
La
humanidad ha dejado una conclusión clara que es que la educación es el pilar
mínimo y básico de toda persona para poder triunfar en el futuro. En otras
palabras, sin educación, no tenemos nada. Por ello, los niveles de alfabetización
se dispararon en estas décadas, ya casi no se habla de educación primaria
obligatoria sino también de nivel secundario y universitario mínimo para poder
acceder a puestos donde antes no se precisaba ningún tipo de título. Claramente,
el nivel de una nación se puede medir teniendo en cuenta su nivel de educación.
Ya lo afirmaba el gran prócer argentino, Domingo Faustino Sarmiento: "Hombre,
pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la
escuela".
Todos
los que una vez pasamos por la escuela podemos decir que esta te forma en todos
los ámbitos de la vida: académico, social, de salud, de conducta, etc. Allí,
aprendes a vivir como ciudadano desde lo más mínimo como aprender las reglas peatonales
hasta lo macro, el Preámbulo de nuestra Constitución Nacional. Sin embargo,
quizás de lo más importante, es que te brinda las capacidades para que vos
mismo puedas moldearte, formarte y conformarte para poder aspirar a lo que querés
y salir de allí con alguna meta. También, hay que destacar que nada de esto
puede ser posible si se vive solo, debido a que en la escuela aprendemos a compartir
nuestra existencia con los demás, pero aún más, a disfrutarla con los otros.
Esto y más nos brinda la educación, y, nosotros, ¿Qué estamos haciendo para
sostenerla
Durante
el año 2020 las instituciones educativas estuvieron cerradas salvo algunos días
de los últimos meses para edades particulares. En consecuencia, hubo que, en
menos de un mes, refundar nuestro sistema educativo a uno virtual, reformular
la forma de enseñar, el qué enseñar (porque el aprendizaje virtual muchas veces
no es más rápido), el con quién (ya que estábamos solos en nuestras casas), el
con qué (debido a que teníamos que usar computadoras y no biromes y cuadernos)
y obviamente la motivación, el por qué, en vista de que muchos alumnos quieren
ir a la escuela a encontrarse con sus pares y no aprender a dividir por dos
cifras, conocer cada una de las islas del caribe, etc. Con esto en cuenta, la educación
argentina (sí, la argentina, en virtud de que la mayor parte del mundo no cerró
sus instituciones educativas) tuvo que enfrentarse a muchos desafíos
manifiestos y latentes.
Cuando
cerramos las escuelas, cerramos nuestro porvenir debido a que son las futuras
generaciones las que gobernaran al país, educaran a futuros niños, crearan empleos,
se enfrentaran a los desafíos de un mundo más tecnológico y complejo, trabajaran
en las industrias, pagarán nuestras jubilaciones y, aún más importante, representaran
consigo a la Argentina y los argentinos.
Vivimos
en un país que lastimosamente tiene más del 40% de su población en la línea de
pobreza, más del 60% de sus niños en situación de pobreza, más del 10% indigente,
más del 12% de desempleados, una de las mayores caídas de PBI en el mundo en el
2020 y, así, podemos seguir. Continuando en el homenaje a Sarmiento, el
afirmaba “todos los problemas son problemas de educación”.
Como
mencionamos a principios de la nota, la Argentina se replantea el inicio de clases
en febrero de cada año y este no es la excepción. Con más de 100 sindicatos en
todo el país y 17 en CABA, se hace complejo poder evaluar y llegar a un acuerdo
mancomunado sobre el aumento de salarios y decisiones extraordinarias con los
docentes.
Además,
como es sabido, la escuela presencial es uno de los pocos ámbitos donde la desigualdad
se hace poco visible en la teoría (ya que en la práctica argentina cada uno
tiene sus inconvenientes): todos aprenden el mismo plan educativo (y los curiosos
pueden aprender más), todos tienen los mismos docentes, todos reciben las
mismas lecciones, las mismas tareas y son calificados de acuerdo al mérito de
su estudio. Obviamente que existen excepciones a la regla, pero, en la
presencialidad de la escuela, la brecha social es poco visible. Sin embargo,
esto no lo podemos ver en la virtualidad, donde el que tiene una mejor
computadora podrá realizar de modo más rápido sus estudios, el que tiene una
mejor señal podrá atender a todas las clases, lo mismo para el que tenga
impresora en casa, o para quien tenga a sus padres y hermanos a disposición para
cualquier inquietud que tengan. En otras palabras, la virtualidad genera mayor
desigualdad y un aprendizaje dispar entre los alumnos. Y, para agregar más variables
a este asunto, en el año 2020, se decretó que todos os alumnos pasan de nivel
(nadie puede repetir), por lo que las chances de equilibrar se hacen menos
sencillas.
Es
el mundo actual el que pide a gritos que la educación sea la prioridad de todos
los países, es el mundo tecnológico el que da a entender que la técnica y el
conocimiento van a ser los pilares esenciales de nuestra civilización, y es la
competencia mundial por todo la que nos ilumina y expone que el nivel educativo
va a ser la que marcará la diferencia en los años venideros. Aunque hemos
nombrado múltiples obstáculos que tiene el país en materia educativa, son solo obstáculos,
por lo cual se pueden solucionar. La Argentina tiene muchas virtudes que van
desde la propia personalidad y carácter de sus habitantes y su ingenio natural
hasta su búsqueda de con poco hacer mucho. En 2018 dos docentes argentinos
fueron elegidos entre los 50 mejores del mundo. Hace poco, la UNESCO premió a
una periodista argentina por su vocación a favor de la alfabetización. Es
decir, tenemos con qué, sólo nos falta, como siempre en el país, evitar
nuestras diferencias y buscar consensos y metas comunes para que todos podamos
alcanzar el objetivo común: el bienestar de la población. Cuando existe
esperanza, sólo nos queda salir a buscar.
Escrito por Valentín Olavarría
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