Esta semana me crucé en Twitter con comentarios que me dejaron reflexionando sobre un tema recurrente y estos renglones son solo un humilde intento de dejar plasmada aquella visión, que creo compartir con muchos. La emigración está cada vez más en boca de quienes ostentan un lugar en los medios de comunicación, pero no estaría escribiendo si no sentiría que todavía es necesaria una vuelta de rosca para terminar de comprender el problema, especialmente desde una mirada proveniente de la juventud, como es la de un estudiante universitario.
Una pareja “conocida” en
la red social del pajarito anunciaba su ida, sin pasaje de vuelta, del país.
Nada a lo que no estemos acostumbrados estos días, moneda corriente se puede
decir. Pero, como ya saben, la curiosidad es una fuerza admirable y, también
atraído por la cuota chismosa que todos llevamos dentro, en seguida me vi leyendo
los comentarios para averiguar a que destino partían. Misión imposible,
literalmente (quizás no sea el mejor de los stalkers). Sin embargo, me lleve una
sorpresa al descubrir que todos, o la mayoría de los comentarios, eran de
felicitaciones, aliento y hasta de sana envidia. Hasta el Partido Liberal Pesimista,
en cuyo logo vemos un avión (maravillas de Twitter), dijo presente para
despedir a los migrantes en su publicación. “Que loco”, mi primera reacción. En
pocos países del mundo se festeja que alguien emigre con tanta pompa como se
hace aquí. Parece ser un indicador más para relevar la situación en la que se
encuentra un país, además de los ya hartos conocidos PBI, inflación, riesgo
país (felicitaciones de emigración per cápita, vamos a llamarle).
Ahora, si nos ponemos a
reflexionar un poco, vemos como la misma situación se da con la adquisición de
un auto o casa nueva (eventos cada vez menos recurrentes en la vida de un argentino
promedio). Como ocurre con estos bienes, algunos países son mejor vistos que
otros, y proporcionales parecen ser los buenos augurios que reciben quienes
viajan allí. Seamos honestos, Inglaterra cotiza mucho mejor que México entre el
común de la gente actualmente (tranquilos mexicanos, yo prefiero sus playas
toda la vida). “Cotizar” es la palabra porque, así como iban hirviendo estas
ideas en mi cabeza, algunas evaporándose tan rápido que me da lástima no
recordar, condensaba un concepto pero simplificado que me parecía original: El
mercado mundial de la calidad de vida.
Hoy en día, creo ver la
más clara demostración de que algo parecido a aquello existe. El argentino
descendiente de europeo aspira a conseguir la ciudadanía europea (Puede ser que
estemos hablando de los pocos activos deflacionarios en estos momentos en el
país) para probar suerte en la tierra de sus antepasados. Por otro lado, he
escuchado en innumerables podcasts, como quienes tienen complicaciones con los
trámites o no pueden acceder a un pasaporte de tales características, expresan
con cierto descontento el tener que conformarse con ir a territorios que
ocupaban segundas o terceras posiciones en su lista de prioridades. Sí!
Productos de primera y segunda marca! Bueno, no se si será para tanto, pero
creo que me hago entender por donde quiero ir. En un mundo cada vez más
conectado y globalizado (ya sé, típica frase, perdón por la falta de
originalidad) parece ser que las personas, en cuanto se lo puedan permitir,
tienen día a día mayores chances de elegir entre los más de 190 países del
mundo como lugar donde sentar cabeza. Parece una competencia constante entre
sobre quien puede ofrecer una mejor calidad de vida, estabilidad y seguridad. ¿Y
Argentina? ¡¿Dónde estamos?!
Nos gusta ir contra la
corriente parece ser, las buenas corrientes quiero aclarar. Si algo sabemos es
que Argentina es experta en poner regulaciones a los mercados y ser terreno
fértil para comisiones, órganos reguladores y demás burocracias que las
acompañen (si es bueno o malo va a criterio de la ideología del lector). En mi
opinión, en este complejo y especial caso, no podemos retraernos sobre nosotros
mismos y poner trabas. ¿Qué quiero decir? Hay que ofrecer una buena calidad de
vida (¡Chocolate por la noticia!). Fenómenos económicos, sociales y políticos
fugan, no capitales, sino a los mismísimos demandantes del país como lugar para
echar raíces. Personas sacrifican la cercanía de amigos, familiares, amores con
tal de residir en otra parte del globo. ¿No es demasiado? ¿Qué hacemos nosotros
hoy en día para ser mejores competidores en este mercado? Nada, perpetuamos los
errores. Hasta ahora no hay mucha novedad, pero tampoco pretendo romper
paradigmas. Vengo a recordar que no llegamos a dimensionar, ni siquiera los
medios, lo profundo que es este problema; nadie en la administración pública
parece pensar en ello con seriedad más que decir “les pido que no se vayan” en
un acto ya pérdido en el tiempo. Al mismo tiempo, el tema es el más candente y
recurrente en la agenda joven. ¿Reunión de amigos? “Che y ustedes, ¿a dónde se piensan
ir si pueden?” o “estoy viendo de hacer un work and holiday y ver si después me
quedo” , ¿Cena familiar? “Tenes que irte vos, aprovecha que sos joven”, ¿Clase
de la facultad? “Sí, cuando me reciba pienso en irme a laburar afuera si puedo”
A veces, en el imaginario
popular, se piensa que las personas más especializadas son las que se van del
país, la famosa “fuga de cerebros”. En el otro extremo, en Twitter, vuelan insultos
del estilo “suerte yéndote a lavar copas” para la gente que huye sin título o
muy baja capacitación. ¡Y claro! ¡El problema es enorme! Se van de todas las
carreras y oficios, más o menos especializados. Pero como no quiero caer en el
fácil y típico “se están yendo todos”, voy a hacer referencia a mi experiencia
personal y pido perdón por anticipado por cierto egocentrismo que puede alojarse
en las siguientes líneas, pero veo de lo más necesario dar ejemplos concretos.
Soy un aficionado del tenis, desde los cuatro años. En los últimos tres años
tuve más entrenadores que los que Roger Federer, Nadal y Djokovic juntos
tuvieron en sus carreras (que lástima, casi los alcanzo en el nivel también).
Francia, Australia, Alemania, Estados Unidos.
Allí se fueron todos a estudiar, dar clases o competir. Algunos vuelven,
es verdad, pero tengo que resaltar que sus relatos desbordan de ese deseo de
instalarse en aquellas nuevas latitudes definitivamente, siendo casi siempre,
solo lazos afectivos que los atan a sus orígenes.
Hoy, mientras escribo,
siento que los pensamientos que mueven mis manos, son los mismos de gran parte
de la juventud. Por eso, si somos conscientes de lo que pasa, podríamos cambiar
las cosas, o eso indica mi simple lógica (“¡sí, se puede!” o “con fe y
esperanza”, el lector elige). Sin embargo, el “este país es siempre lo mismo”
se hace sentir en el día a día. Dejémonos de utopías, los indicadores no hacen
más que corroborarlo: 2 de cada 3 chicos pobres, inflación inimaginable,
corrupción, tantas cosas…hasta podríamos decir que cada vez peor. Por eso, las
felicitaciones en Twitter son más que entendibles y me opongo a todo aquél
profesante del nacionalismo más barato (ni siquiera habría que llamarlo
nacionalismo) que tilda de cipayo al pobre argentino o argentina que se tiene
que ir del país a ganarse la vida, por estar cansado de no tener lo básico: una
razonable calidad de vida. Ya estamos tan resignados que decimos “No te pido un
Estados Unidos, pero no sé, ¡Uruguay!, ¡Chile!” Hoy, sabiendo que la mayoría de
mis pares están a gusto con otra alternativa (“the eyes chico, they never lie”),
elijo quedarme. La mayoría de los días, igualmente, debo admitir que me invaden
otros sentimientos. Es una mezcla irreconciliable de estos, que en algún
momento van a reclamar decisión firme. Lo que es seguro es que cada vez más
personas no demandan la vida “a la argentina”, con todas las bondades que puede
traer, y la situación se torna más preocupante. ¿Queremos cambiarla como país?
Tema para otro día.
Escrito por Franco Occhipinti
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