Con el eje de la opinión pública puesta en Ucrania, la información vuela y las consecuencias apresuradas están a la orden del día. Tenemos la oportunidad de seguir el conflicto minuto a minuto a través de redes sociales y medios de comunicación que ponen todo su enfoque en los mismos temas: La crueldad de la guerra, sanciones económicas y alianzas geoestratégicas. Todos de vital importancia para el público general. Sin embargo, algo se nos escapa.
Hay un conflicto que casi no es
captado por ninguna cámara y pasa desapercibido hasta que es demasiado tarde.
Esta guerra no incluye columnas de tanques, pero si perdidas en vidas humanas.
No incluye bombardeos en ciudades, pero si familias desplazadas: Me refiero a
la lucha por mantener la democracia (y la calidad de la misma).
Durante la guerra fría, los países
del bloque soviético se enmarcaban en regímenes autoritarios con restricciones
migratorias, policías secretas y políticas de choque contra sectores disidentes
mientras poseían débiles sistemas democráticos que los separaban de una Europa
occidental que ensalzaba la bandera de la representatividad y la
autodeterminación.
El colapso de la URSS en varios
Estados genero una gran disparidad de interpretaciones. Francis Fukuyama al ver
la “expansión” de la democracia por el mundo predijo que el nuevo siglo advendría
conflictos cada vez menores. Samuel Huntington apunto la tensión a la propia
capacidad de Estados Unidos de mantener el orden mientras su hegemonía daba
paso a la multipolaridad. Pero otros, como Kissinger, jamás sacaron el ojo de
Europa oriental (y de otros puntos álgidos del mundo) y advirtieron que las
nuevas repúblicas dejadas atrás por el gigante soviético debían ser contenidas
en un esquema de cooperación con el resto del continente si querían mantenerse
política y económicamente viables. Esto dicho en el contexto optimista de la
unión europea en alza, aunque nadie imaginaba la posibilidad de incorporar a
naciones más al este que Polonia.
El tiempo parece haber dado la razón
a Kissinger: Rusia ha decidido expandirse (como siempre ha hecho históricamente
al sentirse amenazada) por el avance de la cooperación entre la alianza del
atlántico (y en definitiva, de occidente) y Ucrania. Esto significa una
reacción frente a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos y Europa
occidental, pero las consecuencias del conflicto traen aparejada el deterioro
de la democracia ucraniana.
Pese a sostener la invasión en apoyo
a Donetsk y Luhansk (dos auténticas republiquetas) el conflicto no trae aires
de autodeterminación, más bien daña la calidad institucional en una región que
históricamente ha padecido entre conflictos étnicos y el expansionismo de
Moscú.
Más preocupante aún es el efecto
derrame que podría brotar de este conflicto: China se encuentra en una
situación muy similar con Taiwán y el desarrollo de los acontecimientos podría
motivar al gigante asiático a llevar adelante sus deseos de incorporar la isla.
Lo mismo podría ocurrir con otros Estados, despertando tensiones y conflictos
fronterizos motivados por un contexto internacional que les da “carta banca”.
Todo esto constituye una mayor regresión de las democracias en el mundo.
Es interesante analizar la respuesta
a la invasión: Sanciones a bancos rusos, a algunas de sus empresas estatales en
el área de defensa y energía como Gazprom, y hasta una reducción de las
exportaciones de tecnología, que podrían entorpecer el sostenimiento de la
operación militar.
El compromiso realizado por Estados
Unidos, Reino Unido, o Japón constituye una verdadera respuesta de la
democracia. Sin embargo, la misma es limitada. Como dijo el Primer Ministro
británico, constituye más una “primera salva” de sanciones, que habría que ver
si pueden escalar a amenazas más serias para la integridad rusa al mismo tiempo
que no producen daños colaterales contra otros Estados. El hecho de negarle a
Rusia acceso a SWIFT, el sistema de intercomunicación bancaria, fue duramente
cuestionado por Alemania al sugerir que la propia economía de los países
europeos podría verse afectada, algo que irrito al gobierno ucraniano y muestra
la disparidad de intereses en juego.
En un conflicto que pone en tela de
juicio la respuesta de las democracias, no podemos olvidarnos del factor de la
población: En una encuesta realizada en 2021 en Rusia el 63% estaba de acuerdo
en la incorporación de Lugansk y Donetsk, pero solo el 43% estaba de acuerdo en
una intervención militar en su defensa. Con un régimen que sigue chocando con
sectores disidentes al igual que su predecesor soviético, difícilmente el curso
de la opinión pública corroa al régimen desde adentro, pero darles espacio y
voz a los disidentes constituye una victoria frente a un autoritarismo que hace
demostraciones de poder duro, algo que los países occidentales pueden
aprovechar.
Las muestras de apoyo en todo el
mundo también tienen su peso en el accionar de los Estados: La enorme ayuda
prestada por la población polaca a los refugiados podría motivar a otros países
del Visegrad a aliviar las dificultades de la migración ucraniana.
En él mientras tanto la soberanía de Ucrania se ve amenazada y la debilitación de las democracias en todo el mundo sigue profundizándose, pero si este conflicto podría dar paso a un incremento de tensiones en otras regiones, será importante seguirlo de cerca.
Por Ignacio Martínez
Increíble cada palabra!
ResponderEliminarGrande Chona
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