En el aniversario número 40 del desembarco argentino en las islas Malvinas, hoy volvemos a conmemorar los 904 caídos, honrando especialmente los 649 argentinos. Ellos dieron la vida por nuestro país, defendiendo la soberanía nacional, dando hasta el último sacrificio. La guerra no significó sólo aquellas muertes, sino que marcó un antes y un después en la sociedad argentina, sus efectos derramados en la educación, el sentimiento nacional y la conducción política.
La percepción de la sociedad civil de las Fuerzas
Armadas fue mutando a lo largo de toda la historia argentina. Allá por el siglo
XIX ocupaban un lugar de prestigio, y recibían nominaciones como “reserva moral
de la nación”, “salvadores de la patria”, “guardianes de la patria”. Mientras
que hoy en día, según la fuente analizada, el índice de confianza disminuyó
considerablemente. Por ejemplo, la consultora Opinión Pública, Servicios y
Mercados en 2006 expuso un índice del 21%. Más allá del valor específico, se
sabe que no es la misma imagen que se tiene en la actualidad de la profesión
militar.
Por esta pérdida de prestigio y declinación del
oficio, es que la propia institución y sus miembros militares tuvieron que
cambiar drásticamente y reelaborar su relación con el resto del país. Con un
presupuesto de defensa cada vez menor, al igual que la cantidad de oficiales
registrados, el lugar que tienen las Fuerzas Armadas está siendo cuestionado
desde hace varios años.
Frente al fin de la guerra, la reacción de la
sociedad y de la propia Junta deja mucho para analizar. Lo que debía de haber
sido una toma de responsabilidad por los altos cargos en las fuerzas por las
decisiones tomadas y sus riesgos, junto con un honramiento y reconocimiento a
los soldados que fueron a las islas, fue todo lo contrario. Lo dicho por la
propaganda oficial de las victorias patriotas se transformó rápidamente en
desconcierto y sentimiento de engaño. No sólo el ocultamiento de información
era grave, sino también el trato que recibieron los combatientes al regresar al
país. Su retorno representaba la caída de credibilidad y hasta una amenaza
hacia el gobierno. Los testimonios recogidos de los soldados y su deplorable
condición física y psicológica profundizaron el enojo social por medidas como
la prohibición de circulación de fotos y filmaciones de la guerra, el no
contacto de los soldados con sus familias al volver, la imposición del silencio
de lo vivido, y la ilusión del supuesto rechazo y castigo por la sociedad por
haber perdido; todo englobado dentro de la estrategia de invisibilización y
rápida desmalvinización, para no mostrar los “trapos sucios”.
Malvinas entonces representa 2 polos opuestos, por
un lado, es reflejo del fracaso y mal manejo del gobierno militar, y por otro,
encausa el sentimiento nacional con la reivindicación de nuestra soberanía
sobre el territorio.
Hoy en día, debido al Proceso, la derrota en la
guerra, y la difamación y aislamiento social de las Fuerzas Armadas, la
institución tuvo que reformarse para separarse de la dictadura que es parte de
su legado. Trata de mostrar ese cambio de mentalidad hacia la sociedad civil, buscando
asemejarse, llegando al punto de oficiales evitando usar el uniforme en la ciudad
para no ser visibles, por los posibles conflictos que puede provocar su simple
condición militar. Pero no se puede ignorar el hecho de que son promotores de
valores cívicos y transmiten el sentimiento de unidad nacional.
Entonces, la pregunta que tenemos que hacernos a
nosotros mismos es qué tanto valoramos aquellas personas dedicadas a la
protección de nuestro hogar, que es Argentina. Cada profesión merece su debido
reconocimiento y prestigio, y la militar no debe ser diferente. Tanto los
medios como la conducción política no le dan el lugar que corresponde a pesar
del grado de sacrificio y dedicación que conlleva. Es hora de aprehender las
enseñanzas del pasado, unirnos y sanar heridas del presente, para construir un
futuro como nación próspera.
Por Luján Urruti
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