Los no dirigentes

   Leyendo el capítulo 12 del libro ‘Los que mandan’ de Jose Luis de Imaz, escrito en 1964, no pude dejar de sorprenderme de la actualidad de sus acotaciones. Un relato que, de no mediar fecha y menciones a hechos históricos, podría creerse que fue escrito ayer. La materia a analizar en dicho texto es la clase dirigente argentina, o más bien, la inexistencia de una verdadera clase dirigente en nuestro país. Focalizando en las últimas páginas del capítulo, aparece la conceptualización de dirigentes incapaces de asomar por sobre la lucha política, de una clase política que cae ‘en el inexorable juego de las dicotomías excluyentes’. Estas diferencias, grietas que recorren a la sociedad, denunciadas por Imaz hace 60 años, continúan ahondando en el país, impidiendo a la clase política salir de su línea discursiva de combate y conformar un proyecto unificado con metas afines. 

   El país viene de 12 años; gran similitud con los 12 años de peronismo que relata Imaz; ininterrumpidos de gobierno kirchnerista. Durante estos años la mayoría de los discursos opositores se centraron en el anti y en la denuncia, sin llegar a conformar nunca propuestas que trascendieran lo coyuntural. Aunque funcionalmente siempre hay elites dirigentes, estas siguen distanciadas en sus metas y no logran condensar los reclamos y necesidades que la ciudadanía intenta expresar. Terminan por estar más identificados con su pelea que con la consecución de un plan propio de gobierno. Estos dirigentes, tan divididos en su rencilla cotidiana del opuesto, se unifican y se asientan en el Estado. Paradójico, porque a pesar de sus gritos por diferenciarse terminan pareciéndose en su no-conformación de clase. Sin embargo, más allá de que esta clase esté convencida de que representa a gran parte del ideario social, su discurso sobre-polarizado se va gastando. Se percibe en las encuestas de opinión, en las que caras que hace tan solo 3 años llevaron a una elección marcada por ‘la grieta’, pierden puntos frente a figuras con cortas o inexistentes carreras políticas, que proclaman que vienen ‘por fuera de la casta’. Situación extraña. Por un lado dos grupos que se juran enemigos y que por lo tanto no pueden constituirse en una clase política verdadera, con intereses y metas similares aunque disentimiento en los medios. Pero que, por otro lado, terminan siendo vistos como una élite, sin mérito para gobernar y no cohesionada, pero élite al fin. Y por lo tanto en su unidad, empieza a verse desafiada desde ‘afuera’.

     Cabe entonces, preguntarse acerca de la ‘hora del relevo’, concepto que plantea Imaz al final de su capítulo. En las últimas elecciones legislativas aparecieron terceras fuerzas poderosas, dando voz a sectores que habían ido perdiendo lugar, levantando reclamos que aparecian ocultos tras el enfrentamiento principalmente político. Si estas nuevas fuerzas podrán constituirse como clase dirigente y si encontrarán espacio dentro de la clase política es algo que no se puede adivinar. En relación a lo primero, me aventuro a dar una respuesta positiva, teniendo en cuenta los resultados de las elecciones y viendo a sus principales referentes sentados en el congreso y con gran visibilidad en los medios. Pero, respecto a lo segundo, las posibilidades parecen más acotadas, mirando los acontecimientos y la recepción que están teniendo en las fuerzas políticas tradicionales. Una nueva paradoja, la clase dirigente en la que es imposible encontrar acuerdos respecto en los fines a alcanzar sí logró acuerdo, en cambio, en cerrar las filas en un grito de oposición a las nuevas figuras.

                                                                                                                                             Por Paz Dillon 







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