Desde las últimas décadas y hasta el día de hoy, reflexionamos, cada vez más, sobre las fallas de nuestro sistema democrático. Esto se debe a que constantemente nos vemos inmersos en una realidad mutante caracterizada por la crisis y el conflicto.
Por esta razón, nos preguntamos si realmente tenemos un régimen democrático y si, entonces, es posible llevarlo a la práctica, sobre todo en un país en donde el antagonismo social y la pugna de intereses es moneda corriente.
¿Qué es la democracia? ¿Cómo se lleva a cabo? son preguntas que creo que debemos hacernos como primer puntapié para comenzar a analizar la cuestión.
Robert A. Dahl nos habla de la democracia como un ideal. Sin embargo, y para tranquilidad de muchos, nos dice que esta puede ser llevada a la práctica bajo la forma de poliarquía. Contrapone, de esta manera, la “democracia ideal” con la “democracia real”. En esta, es requisito que los ciudadanos puedan formular sus preferencias, expresar esas preferencias a otros y al gobierno mediante la acción individual o colectiva, y ser consideradas por igual, sin discriminaciones. Mientras mas liberalización (de la expresión y la opinión) y más representación posea un país, más se va a aproximar a este regimen. Además, se debe cumplir y asegurar la libertad de asociación y organización; la libertad de pensamiento y expresión; el derecho de sufragio activo y pasivo; el derecho a competir por el apoyo electoral; el acceso a fuentes alternativas de información; elecciones periódicas libres y justas, que produzcan mandatos limitados; la existencia de instituciones que controlen y hagan depender las políticas gubernamentales del voto y de otras expresiones de preferencias. Es en esta última donde me quiero detener y cuestionar a nuestra Argentina para preguntarnos: ¿cuál es el rol de las instituciones en nuestro país? ¿Qué lugar se le da a la separación de poderes?
Para ahondar un poco más en la cuestión, traigo a colación el concepto de “Democracia Delegativa” de nuestro queridísimo Guillermo O’Donnell, quien nos invita a reflexionar, desde un análisis institucional, el funcionamiento de este tipo de democracia en los regímenes lationamericanos, especialmente el argentino.
A esta especie de democracia la contrapone con la democracia representativa, en la cual, a través del voto, los ciudadanos eligen a sus representantes y los controlan a través de las instituciones democráticas, tales como el congreso y el poder judicial; produciéndose así un diálogo en la toma de decisiones. En contraparte, en la Democracia delegativa se le delega, como bien dice el nombre, el completo poder al partido oficial.
¿Qué es entonces este tipo de democracia? La democracia delegativa es un modelo democrático donde se dan los elementos mínimos para que haya una democracia. Se trata de una concepción y una práctica del poder político que es democrática porque surge de elecciones libres y competitivas, y porque mantiene ciertas libertades fundamentales, como las de expresión, asociación, reunión y acceso a medios de información no censurados por el Estado o monopolizados. Pero que, sin embargo, quienes son elegidos creen tener el derecho y la obligación de manejar como crean conveniente el timón del Estado. Es por esto que es propenso a darse en regímenes hiperpresidencialistas.
La representación siempre conlleva un elemento de delegación, y estos conceptos no son elementos opuestos. Sin embargo, la representación conlleva una rendición de cuentas, no solo de forma vertical (de los ciudadanos) sino también de forma horizontal (de las instituciones), y es acá en donde se encuentra la falla. Al concentrarse todo en el ejecutivo, el control institucional es percibido como una injustificada traba. Por esta razón, los líderes delegativos intentan subordinar, suprimir o cooptar esas instituciones, haciendo que la rendición de cuentas horizontal, tan característica de las democracias representativas, sea casi inexistente (si es que no existe) en las democracias delegativas.
Sin dar muchos rodeos este tipo de situaciones las podemos visualizar en nuestra querida Argentina. El poder ejecutivo, tan ligado a la figura de un líder todo poderoso, trata de monopolizar el manejo de la política en su figura, tratando de esquivar el proceso constitucional de la promulgación de leyes a través herramientas como el DNU, o cuestionando el funcionamiento del poder judicial, e incluso nombrando “jueces amigos”. Este no es un problema únicamente de la actualidad, podemos indagar en la historia de nuestro país y encontrar que la fórmula se repite deliberadamente.
¿En qué contextos surge entonces este tipo de democracia? O’Donnell nos explica que son las crisis las que generan una sensación de urgencia para que los presidentes sean elegidos como “los salvadores de la patria”. Por esta razón, las elecciones constituyen un hecho emocional. A los ganadores, como se mencionó, se les delega todo el poder para que den una solución a todos los problemas acarreados de años de malas gestiones, haciéndolos completamente responsables de los resultados. Debido a esto, los presidentes, en este tipo de democracia, suelen experimentar grandes y turbulentos vaivenes de popularidad: siendo vitoreados y maldecidos constantemente. En la medida que los fracasos se acumulan, explica O’Donnell, el país debe tolerar un presidente endeble, que se focaliza únicamente en resistir hasta el final de su período, si es que no era, anteriormente, destituido por un golpe de estado.
La construcción de la confianza pública en un candidato que se postula en un contexto complejo y de instituciones débiles hace que se consolide toda la esperanza en su figura. “Esperanza y desilusión” describe tan claramente Przeworski: esperanza en el proceso democrático, pero desilusión en la gestión. Esto hace que, como vemos hoy en día, los políticos y los partidos pierdan cada vez más popularidad. El ejecutivo todopoderoso se debilita, el legislativo, que busca diferenciarse lo más posible del gobierno impopular, condena al ejecutivo como irresponsable, y el judicial es visto como incapaz. El conflicto social, político e institucional se convierte así en una rueda de retroalimentación a la crisis.
¿Vivimos entonces en un regimen democrático? En mi humilde opinión la respuesta es afirmativa. Sin embargo, tomando en cuenta lo mencionado a lo largo del artículo creo que siempre podemos (y debemos) perfeccionarlo, y es por esta razón que tomaré como propio el deseo de Guillermo O’Donnell: “Estoy persuadido de que el futuro de nuestro país depende de avanzar hacia una democracia representativa”.
Por Luana Vera del Rio
Excelente resumen de nuestra realidad democrática
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