Históricamente, Argentina ha sido un país polarizado. Desde el siglo XIX, las luchas intestinas por el poder han sido características de nuestro derrotero político. Sin embargo, estamos acudiendo al agravamiento de un fenómeno que amenaza con aumentar la incertidumbre del panorama electoral del año venidero, especialmente en un contexto en el que la posibilidad de eliminar las PASO, forma predilecta de dirimir las fórmulas internamente, se hace plausible: la polarización dentro de Juntos por el Cambio, la coalición opositora con más probabilidades de llegar al poder en el 2023.
Lo cierto es que la configuración interna de Juntos por el Cambio siempre ha sido muy heterogénea: desde su creación en 2015, cuando era conocida con el nombre “Cambiemos”, nucleó a fuerzas políticas como la Coalición Cívica, la Unión Cívica Radical, Propuesta Republicana (PRO) y otros partidos menores. Naturalmente, las posiciones en el espectro político de sus miembros son variadas: desde representantes históricos de la socialdemocracia, como Margarita Stolbizer, hasta sectores más “duros”, integrados por figuras como Patricia Bullrich o Miguel Ángel Pichetto.
Las divisiones en el interior de la alianza ya se hicieron ver desde el gobierno del ex presidente Mauricio Macri, sin nunca llegar a un quiebre partidario como sucedió con la Alianza de Fernando de la Rúa. Por ejemplo, polémicas declaraciones de Elisa Carrió, una de las fundadoras del bloque, contra Macri, hicieron generar dudas sobre la estabilidad interna del espacio. Sin embargo, tras la derrota de la fórmula Macri-Pichetto contra la lista encabezada por Alberto Fernández en 2019, se evidenció que era necesario volver a unificarse, para contar con los medios necesarios para eventualmente recuperar el poder.
La oposición pareció hablar con una misma voz durante el 2020, primero encolumnándose detrás de las medidas de prevención de la pandemia del gobierno, y luego separándose en forma gradual. Si bien hubo ciertas diferencias respecto al tema de la vacunación, el repudio unánime ante la causa del vacunatorio VIP y el escándalo de Olivos parecieron demostrar que los miembros de Juntos por el Cambio estaban en la misma página sobre su posición hacia el oficialismo. “Halcones” algunos, “palomas” otros, pero todos con un mismo objetivo: derrotar al kirchnerismo e imponer un modelo de país nuevo y diferente.
El fenómeno que comenzó a dejar en evidencia las grietas al interior de Juntos por el Cambio fue la aparición de Javier Milei, un economista outsider de orientación liberal que adquirió relevancia mediática a partir del año 2014, y logró canalizar el voto de gran parte de la juventud insatisfecha con la clase política del país, llegando a la Cámara de Diputados luego de las elecciones legislativas del 2021. Surgía un nuevo sector de la oposición, reacio a hacer concesiones al gobierno, pero también a Juntos por el Cambio, y caracterizado por su discurso fuertemente antipolítico.
Ante la amenaza que representó la creciente popularidad de Milei, las preguntas sobre las posibilidades de formar una alianza con el representante de La Libertad Avanza se multiplicaron en los medios de comunicación. Juntos por el Cambio se mostró ambivalente ante la posibilidad de hacerlo: mientras que la presidente del PRO, Patricia Bullrich, anunció que explorar alianzas con el liberalismo sería interesante, otras figuras, principalmente del radicalismo, advirtieron sobre los riesgos que esta acción podría implicar.
En lugar de presentar un frente unido ante un competidor que está en creciente ascenso en las encuestas de intención de voto, Juntos por el Cambio se fragmentó. Las divisiones ideológicas, siempre presentes, se hicieron tangibles, poniendo en duda la sustentabilidad al futuro de la coalición. A este factor se le suma otro: la proximidad de las elecciones presidenciales del 2023, que, al ofrecer un verdadero juego de suma cero (a diferencia de las legislativas, donde los cargos que se reparten son más, por lo que se posibilita hacer concesiones), da incentivos a las figuras más relevantes a buscar imponerse como el primero (o el segundo) en la fórmula.
La división entre “halcones” y “palomas” es cada vez más pronunciada. El primer sector, representado por figuras como Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Miguel Ángel Pichetto y Alfredo Cornejo, es el menos favorable a negociar con el kirchnerismo, y tiene un discurso más duro. El segundo tiene entre sus filas a Horacio Rodríguez Larreta, Elisa Carrió, Facundo Manes y Martín Lousteau.
Si bien Bullrich y Rodríguez Larreta ya eran presidenciables prácticamente desde la derrota de Mauricio Macri en 2019, las divisiones internas han llegado a un clímax, en parte favorecidas por el cambio en el ánimo social. En principio, Rodríguez Larreta era quien mejor medía en las encuestas, y gran parte de la población estaba dispuesta a votarlo por su postura dialoguista y moderada. A medida que el descontento con el gobierno fue acrecentándose, y al mismo tiempo que subió la imagen positiva de Javier Milei, cada vez fue tomando más preponderancia el sector de los “duros”, representado por Bullrich. Por otro lado, la pugna por la sucesión en la Ciudad de Buenos Aires divide a ambos candidatos: mientras que Rodríguez Larreta parece favorecer la candidatura de Martín Lousteau, Bullrich ha sido vista en numerosas ocasiones con Jorge Macri, y criticó lo que ve como una decisión del actual Jefe de Gobierno de “regalarle” la Ciudad al radical.
Mientras tanto, Mauricio Macri, inicialmente reacio a postularse para un “segundo tiempo”, está apareciendo de forma creciente en los medios de comunicación, y manifestando un deseo por volver al ruedo de la política electoral, si bien aún enfatiza en su carácter de asesor y mediador, no tanto de candidato. El radicalismo, por su lado, busca un protagonismo que no tuvo durante el gobierno del 2015-2019: considera que es necesario reconocerle el rol que jugó en las provincias, donde el PRO no tenía una base electoral bien desarrollada. La aparición de figuras como Facundo Manes ha dado de qué hablar, especialmente cuando calificó a la gestión de Macri de “populismo institucional”. El neurocientífico parece querer adquirir una autonomía propia, despegándose de los aspectos de la coalición que no considera aceptables e imponiendo sus condiciones. En un contexto ya tenso, la actitud del radicalismo, uno de los partidos principales del espacio, genera nuevos interrogantes.
En las elecciones de medio término, la existencia de un juego de suma variable y las PASO ayudó a unificar a Juntos por el Cambio: poder presentar listas con diferentes candidatos, y luego unificarlas en las elecciones de noviembre con los más votados, le otorgó un margen de negociación y definición de candidaturas mediante el sufragio. Sin embargo, el oficialismo ha estado presionando para la supresión de las PASO de cara al 2023, quitándole a la coalición la posibilidad de dirimir los cargos empleando este mecanismo. Con este proyecto, las tensiones ya existentes amenazan con hacer ebullición: sin las primarias, será necesario emprender negociaciones entre sectores enfrentados para definir quiénes ocuparán los espacios, un tema particularmente crítico en una elección presidencial.
Con la evidente fragmentación en la que se encuentra el Frente de Todos, Juntos por el Cambio podría aprovechar la situación para convertirse en una alternativa estable, con objetivos (y medios para alcanzarlos) claros. Sin embargo, todo apunta a que la crisis interna no llegará a su fin en un futuro próximo: la combinación de la heterogeneidad de la coalición, el juego de suma cero de las elecciones presidenciales, la tensión entre candidatos, la caída en la intención de votos del sector más dialoguista y la amenaza de la eliminación del mecanismo empleado para definir las candidaturas se suman, generando un escenario cada vez más complejo. Si el objetivo es superar al Frente de Todos y La Libertad Avanza y dejar de caer en las encuestas de intención de votos, es necesario dejar de lado la fragmentación interna y avanzar en un plan de contingencia común.
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