Irakli Garibashvili llegó al poder como Primer Ministro de Georgia en noviembre del 2013, prometiendo poner como sus prioridades a la integración con la OTAN y la Unión Europea. El líder del partido izquierdista Sueño Georgiano gobernó hasta el 2015, cuando retornó al sector privado durante cuatro años, hasta asumir como Ministro de Defensa del gobierno de Giorgi Gakharia, rol que desempeñó hasta el 2021. En este año, logró capitalizar los escándalos de corrupción del líder del partido opositor, Movimiento Nacional Unido, que terminaron manchando a Gakharia; y se convirtió nuevamente en Primer Ministro el 22 de febrero.
Casi exactamente un año después de la asunción
de Garibashvili, una crisis con repercusiones mundiales estalló en las
inmediaciones de la región del Cáucaso: Rusia, comandada por Vladimir Putin,
invadía Ucrania, en una ocupación que se prolongaría hasta el día de la fecha, tras
reconocer a las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk y afirmar que no
podía ignorarse la amenaza del flanco oriental de Ucrania sobre su país. Los
impactos de la invasión se hicieron sentir rápidamente, desencadenando una ola
de intentos de adhesión a la OTAN por parte de países anteriormente neutrales,
como Finlandia y Suecia, que buscaron protegerse bajo el paraguas del Artículo
V de la Carta de la Organización.
Georgia no era un espacio ajeno a los intentos
expansionistas rusos. En el 2008, ante la inminencia de un estrechamiento de
los vínculos de este país y Ucrania con la OTAN y la UE, el régimen de Vladimir
Putin estrechó sus lazos con Abjasia y Osetia del Sur, regiones
independentistas georgianas, distribuyendo pasaportes rusos. Las tensiones
estallaron en agosto de ese año, cuando las Fuerzas Armadas Georgianas
iniciaron una ofensiva sobre Osetia del Sur (independiente de facto desde el
año 1992), buscando recuperar su soberanía. La guerra duró cinco días, luego de
los cuales Rusia logró reafirmar su control sobre la región y expulsar a los
georgianos, con un saldo de 800 muertos.
Pese a que el conflicto reforzó la vocación
europeísta del gobierno georgiano, durante más de diez años el estado de
situación quedó en un virtual stand-by. Fue la invasión a Ucrania la que
despertó nuevamente los temores, y llevó a Garibashvili a afirmar que el país
estaba en un “rumbo irreversible” hacia la incorporación a la Unión Europea, y
a presentar una petición de incorporación el 3 de marzo del 2022, nueve días
después del inicio de la guerra en el país gobernado por Volodímir Zelensky.
Sin embargo, cuando todo parecía apuntar a una inminente admisión al
organismo paneuropeo, un giro radical en el estado de situación complejizó aún
más el panorama. Georgia ha mostrado su reticencia a aplicar sanciones
al régimen de Putin, y su ex presidente, Mikheil Saakashvili, precursor de las
reformas de apertura democrática en el país, se encuentra en estado crítico de
salud en las afueras de Tiflis. Se han emitido informes que sostienen que el
político, que se había trasladado a Ucrania pero retornó en 2021 con el
objetivo de convocar protestas a su favor (algo que lo terminó llevando a ser
condenado por seis años), ha sido envenenado. La situación se ha vuelto tan
crítica que el Parlamento Europeo, Volodímir Zelensky y organizaciones como
Amnistía Internacional han reclamado su libertad. Para ellos, el ex presidente
corre el riesgo de morir encarcelado.
Aunque
el discurso pro-UE se mantiene, la realidad en Georgia apunta a un alejamiento
cada vez mayor de los preceptos democráticos, liberales y prooccidentales que
apuntalan a la Unión Europea. En ningún lugar es tan claro
el giro antioccidentalista como en el Parlamento: Sueño Georgiano, el partido
de Garibashvili, ha formado una coalición legislativa conocida como Poder del
Pueblo, con una retórica política que muchos denuncian que se asemeja a la del
Kremlin. Fue este grupo el que impulsó la polémica Ley de Agentes Extranjeros, aprobada
recientemente en primera lectura, que obliga a toda organización que perciba
más de un 20% de sus ingresos del extranjero a registrarse como “agentes del
extranjero”, para no sufrir sanciones.
En un país donde un 85% de la población apoya
la integración a la UE, esta Ley, que ha llevado al jefe de la diplomacia de la
Unión Europea a advertir que su adopción podrá poner fuertemente en peligro la
consideración de Georgia para formar parte del bloque, ha hecho que las
protestas frente al Parlamento se generalizaran. El miércoles 7 de marzo, miles
de manifestantes se presentaron con carteles pidiendo “no a la ley rusa” y
banderas de la Unión Europea, y algunos de ellos arrojaron, en las
inmediaciones, bombas molotov y piedras. Durante los disturbios, más de 60
personas fueron detenidas por la policía.
La presidente de Georgia, Salome
Zourabichvili, actualmente en un viaje diplomático a Estados Unidos, ha apoyado
a las manifestaciones, diciendo que, en caso de que la ley llegue a sus manos,
la vetará. Sin embargo, el Parlamento tiene la capacidad de superar su veto, y
Garibashvili ya ha afirmado que apoya la ley, y que cumple con los estándares
mundiales y europeos.
La
situación actual en Georgia puede resumirse con la palabra “incertidumbre”. Se esperan manifestaciones en los días venideros frente al
Parlamento, y son cada vez más los funcionarios que hacen oír su desconformidad
con la Ley de Agentes Extranjeros. Hay una cosa, sin embargo, que resulta clara: si Garibashvili sigue con
el rumbo actual, será difícil, si no imposible, concebir una pronta admisión de
la república caucásica a la Unión Europea.
Por Martina Pereyra
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