Surinam elegió a su primera Presidenta: La compleja política del misterio sudamericano



Autor: Felipe Galli

El domingo 25 de mayo, mientras los ojos de la mayoría de los interesados en América Latina estaban puestos sobre Venezuela, a tan solo una frontera de distancia, la diminuta República de Surinam, nación más pequeña de nuestro continente, celebraba unas elecciones generales cuyo fin era definir el rumbo del país de cara a los próximos cinco años, con la administración de su recientemente descubierta riqueza petrolera como principal clivaje. Pese a un resultado fragmentado, una rápida negociación ha marcado un hito: Jennifer Simons se convertirá en la primera mujer en presidir este pequeño país sudamericano.
De acuerdo a los resultados publicados por la autoridad electoral local, el opositor Partido Nacional Democrático (NDP), fundado por el difunto exdictador militar y más tarde expresidente Dési Bouterse y liderado desde julio del año pasado por Simons, se impuso por escasa diferencia sobre el oficialista Partido de la Reforma Progresista (VHP), partido liderado por el presidente Chan Santokhi. Ambas fuerzas habrían rondado el 33% de los votos y el NDP obtendría 18 escaños contra 17 del VHP.
Con este resultado, ninguna de las dos formaciones quedó ni cerca de la mayoría que, al ser Surinam un país parlamentario, resulta necesaria para formar gobierno. La definición de la presidencia pasó entonces a estar en manos del Partido Nacional (NPS) y del partido ABOP, fuerzas representativas de los dos grupos en los que se divide la comunidad afrosurinamesa (criollos y cimarrones), que empataron con un 11% y 6 escaños cada una, del partido Pertjajah Luhur representante de la comunidad javanesa-surinamesa, que obtuvo dos escaños, así como el también representante cimarrón Hermandad y Unidad en Política (BEP) y el cristiano evangélico Alternativa 2020, que obtuvieron uno cada uno.
Lo que se perfilaba como una negociación ardua y prolongada por alcanzar los 34 votos (se requiere una mayoría de dos tercios para investir un presidente en primera votación) se resolvió en tiempo récord cuando Simons logró en tan solo un día llegar a un consenso para que todos los demás partidos (con la única excepción del VHP) se plegaron a apoyarla, alcanzando apenas el número mínimo para garantizar su investidura. De todas formas, una vez pasada la votación, se convertirá en la primera mujer en asumir la presidencia de Surinam.
A pesar de la celeridad con la que se formó la coalición, Surinam enfrenta el Parlamento más fragmentado desde la recuperación de su democracia en 1991, tras un período de dictadura y guerra civil exacerbada por las disputas entre los distintos grupos étnicos y religiosos que lo habitan. Frente a un panorama económico complejo y el deseo de utilizar sus nuevos recursos petroleros para salir de la pobreza, encarará una nueva coalición de gobierno compleja y posiblemente frágil, que procederemos a desentrañar.

Un misterio sudamericano

Una antigua colonia holandesa enclavada entre Guyana y el departamento de la Guayana francesa, Surinam es vista como un misterio inexplorado para muchos en el continente. Su ubicación territorial remota en el escudo guayanés y las diferencias idiomáticas (es el único país no europeo donde la mayoría de la población habla neerlandés), lo han mantenido históricamente aislado tanto del resto de Latinoamérica como del resto del Caribe anglófono, siendo los Países Bajos (antigua potencia colonial), su principal socio diplomático y comercial. A esto se suman su escasa población y sus características únicas que contribuyen a mantenerlo alejado de nosotros. Sin embargo, cuando nos acercamos a estudiarlo más cerca, nos encontramos con algunas cosas muy interesantes.
Con alrededor de 610 mil habitantes y algo más de 163 mil km2, Surinam es el país soberano más pequeño tanto en población como en territorio de Sudamérica. La gran mayoría de la población se concentra en la costa, mientras que las áreas interiores de difícil acceso están en general despobladas y poco desarrolladas. La capital y ciudad más poblada es Paramaribo, donde residen cerca de la mitad de los ciudadanos.
Su escasa densidad poblacional contrasta con su gigantesca pluralidad étnica y religiosa, que lo convierte en uno de los países más diversos del mundo. El grupo étnico más numeroso son los indosurinameses (con antepasados en la India), que representan apenas un 27% de la población, le siguen los afrosurinameses, los cuales se dividen en dos: los criollos (descendientes de esclavos de la antigua colonia holandesa) y los cimarrones (esclavos que escaparon de la colonia y se integraron con los indígenas, formando un estilo de vida diferente), existe también una muy numerosa comunidad de indonesios con ascendencia en la isla de Java (que también solía ser una colonia holandesa) y un 5% de población indígena americana.
Existen asimismo un conjunto de minorías más pequeñas, incluyendo blancos europeos y chinos, y en los últimos años el país ha visto la afluencia de un alto número de migrantes de América Latina y el Caribe, sobre todo Cuba, Venezuela, la República Dominicana y Brasil, los cuales representan un alto porcentaje de la población total.

El sistema electoral

Surinam es una república parlamentaria. Sin embargo, a diferencia de otros países con este sistema, en los cuales existe un presidente con poderes ceremoniales y un primer ministro como jefe de gobierno, en este caso ambos cargos están fusionados en el presidente, el cual requiere del apoyo de la Asamblea Nacional electa para seguir gobernando. Las elecciones se realizan cada un máximo de cinco años, aunque pueden adelantarse.
Esta fue la primera elección tras un cambio en el sistema electoral. Hasta 2020, Surinam empleaba un sistema plurinominal (muy similar al argentino) en el que cada uno de los diez distritos en los que se divide el país tenía un número variable de escaños. Aunque técnicamente proporcional, este sistema escondía una de las manipulaciones electorales más distorsivas de nuestra región: los distritos de Paramaribo y Wanica, depositarios de un 75% del electorado surinamés, disponían sólo de 24 de los 51 escaños parlamentarios, un 47%. En pocas palabras, el 25% de la población en áreas selváticas remotas (muy susceptible al control clientelista) podían por sí solos definir la presidencia pasando por encima a las áreas urbanas más competitivas.
El sistema plurinominal sería finalmente declarado inconstitucional por medio de un fallo judicial en 2022, que estableció que la manipulación distrital violaba el principio de igualdad del voto. Por eso en estas elecciones los 51 escaños fueron elegidos por representación proporcional pura con el país entero como único distrito. Asimismo, se utilizó el sistema de listas abiertas, en el cual cada ciudadano vota al candidato de su preferencia dentro de la lista del partido que escogió. Esto, junto con la prohibición en 2019 de las alianzas electorales, forma parte de una serie de reformas con las que la clase política surinamesa ha buscado impulsar un sistema de partidos más moderno y menos dominado por las relaciones clientelares o étnicas.
Asimismo, el sistema para la investidura presidencial es también inusual. Se requieren dos tercios de los parlamentarios (34 de 51) para proclamar electo a un presidente. En caso de que no se logre esta cifra luego de tres intentos, se recurre a una nueva votación en “Asamblea Popular Unida”, en la que se incluye a los concejales e integrantes de los “concejos distritales”. El objetivo es, básicamente, que sea imposible elegir al presidente de la República sin que medie la participación de un amplio espectro de intereses regionales (y, por lo tanto, intereses étnicos).

Los candidatos: Santokhi, Simons y el Boutersismo

La enorme pluralidad étnica del país, en conjunto con su pequeño tamaño (lo que lleva a que la gran mayoría de las personas se conozcan), ha conducido a que buena parte de su población se restrinja a sus comunidades de origen. Debido a esto, los partidos políticos en su mayoría mantienen un discurso ideológico similar (tirando a la izquierda o al nacionalismo populista, pero rara vez al conservadurismo) y concentran sus apoyos tanto en una base clientelar a nivel local como en el respaldo de sus comunidades de origen. Hay “partidos indios”, “partidos afro”, “partidos javaneses”, entre otros.
El Partido Nacional Democrático (NDP), es el partido más complejo y mixto del país. Se fundó en torno a la figura del dictador militar Désire Delano Bouterse, que en 1980 encabezó un golpe de Estado y gobernó de facto durante más de una década en medio de frecuentes violaciones a los derechos humanos y acusaciones de narcotráfico. Derrocado tras una guerra civil interétnica contra guerrillas cimarronas en 1991, Bouterse continuó metido en política hasta que reconquistó el poder por medio del voto popular en 2010, siendo reelegido en 2015. Fuerte aliado de los regímenes de la “Marea Rosa” del chavismo, Bouterse se amparó en el apoyo de Caracas para sortear el enfriamiento de sus relaciones con los Países Bajos (principal benefactor) en el marco de las acusaciones de narcotráfico en su contra. Gobernó una década sin dejar el país casi nunca, por miedo a ser detenido si salía de Surinam.
El Partido de la Reforma Progresista (VHP) ha sido el representante histórico de la población de ascendencia indoasiática y asiática-oriental (que son además las comunidades más prósperas económicamente) y principal oposición a Bouterse durante su gobierno. Su líder actual es el presidente Chan Santokhi, en su día fiscal a cargo de las causas judiciales contra Bouterse. En las elecciones de 2020 logró la victoria tras formar una coalición parlamentaria con partidos representantes de los afrosurinameses, desalojando a Bouterse del poder. Uno fue el ABOP, partido representativo de los afrosurinameses cimarrones y hasta hoy socio de coalición, y el otro el histórico Partido Nacional (NPS), representante de los afrosurinameses criollos urbanos, que más tarde rompió con el gobierno denunciando corrupción en sus filas.
Tras la victoria de Santokhi (que llevaba años soñando con extraditar a Bouterse), el exdictador desapareció en estricto sentido literal. Se le consideró prófugo de la justicia. Finalmente, en diciembre de 2024 (hace tan solo seis meses) fue encontrado muerto en la selva a unos 50 km de la capital surinamesa, víctima de una cirrosis por alcoholismo. Desde su salida y posterior fallecimiento, el NDP ha liderado la oposición a Santokhi en medio de fuertes luchas internas para definir el legado del “boutersismo” (cuya presidencia estuvo marcada por políticas populistas de izquierda) y la supervivencia política del partido.
Así, la formación izquierdista llegó a la elección con Jennifer Simons como candidata principal pero muy dividida en lo interno. Simons fue presidenta del Parlamento durante el mandato de Bouterse y era vista como una de las figuras más populares dentro del gobierno. Su plataforma electoral la mostró mucho más moderada que su predecesor en el liderazgo, enfocándola en el equilibrio fiscal y la diversificación de la economía para impedir que esta se vea dominada por el petróleo.

Petróleo y migrantes

La elección surinamesa estuvo marcada por el descubrimiento reciente de grandes reservas de petróleo en las costas del país. Esta nueva riqueza llevó a que Surinam, uno de los países más pobres del continente que está en la lista de naciones que reciben más dióxido de carbono que el que producen, viera por primera vez una luz al final del túnel para convertirse en un importante exportador de petróleo. Las operaciones de extracción ya están en marcha y se espera que el país reciba sus primeras regalías petroleras para el año 2028.
El gobierno de Santokhi ha buscado instaurar un novedoso sistema de “redistribución” de la riqueza generada basada en un modelo ya adoptado en Alaska. Bajo este modelo, cada ciudadano surinamés podrá acceder a una parte de las regalías petroleras por medio de cupones válidos a partir del momento en que se reciba el dinero. Se permitió un anticipo para los ciudadanos mayores de 80 años, que dentro de unos meses se extenderá a los mayores de 60. Los ciudadanos de entre 18 y 59 podrán cobrar en 2028, cuando lleguen las primeras regalías.
Si bien el modelo ha sido defendido como una forma de paliar la pobreza estructural en la que viven muchos surinameses, adolece de varios problemas. El primero, el hecho de que se está ya operando con dinero que el Estado surinamés todavía no recibe. Aunque nada parece apuntar a que el país no recibirá la esperada lluvia de dólares en 2028, sigue siendo un riesgo enorme. En segundo lugar, se ha planteado la dificultad de hacer que este dinero llegue a las comunidades más vulnerables y empobrecidas, a los cuales es más difícil registrar.
Finalmente, se ha criticado al gobierno de Santokhi por enfocar su discurso en “esperar hasta 2028” cuando muchos surinameses esperan soluciones más rápidas para la crisis en la que el país se encuentra desde antes de la llegada de la pandemia. Muchos temen que el arribo de las regalías convierta a Surinam en un país dependiente del modelo rentista cuyos resultados, en tiempos de variación de los precios del petróleo, tienen consecuencias nefastas. La cercana Venezuela (muy influyente en el país) es un ejemplo claro.
Otra discusión, menos tratada pero ya en ciernes, es la migración, específicamente la proveniente de Cuba y en menor medida la de Brasil. Surinam se encuentra al lado de Guyana, uno de los pocos países a los que los cubanos pueden ingresar sin visa y en muchas ocasiones vista como un destino de paso para escapar a otros países (como Estados Unidos). Desde 2018, una oleada masiva de cubanos se han asentado en Surinam y, si bien su objetivo puede ser a la larga migrar a otro país, en muchos casos terminan quedándose debido al peligro de los trayectos o a la imposibilidad económica de marcharse. Desde el estallido de la crisis migratoria cubana (más de un 5% de la población ha abandonado la isla en los últimos años), el número de cubanos en el país ha aumentado exponencialmente, aunque es indeterminado y se suman a los más de 30 mil ciudadanos brasileños que residen allí.
Para un país con una población tan pequeña como lo es Surinam, ser Estado receptor de migrantes resulta muy trastornante. Los cubanos se han convertido en una fuerza laboral muy codiciada, dada su vulnerabilidad económica y su situación irregular que los lleva a aceptar trabajos de bajo nivel y mal pagados. Esto llevó al gobierno de Santokhi a anunciar una serie de restricciones migratorias en los últimos meses, bajo el alegato de “proteger los trabajos de los surinameses”, mientras que los partidos de la oposición, como el NDP, han optado por una estrategia de integración (sobre todo política) y buscan captar el apoyo de estos migrantes.
Estos recién llegados, que en su mayoría hablan español o portugués, han generado un nuevo clivaje en un país donde todos se identifican primero con su raza y luego con su pasaporte, y donde uno es “indio”, “afro” o “javanés” antes que “surinamés”. Esto abre las puertas a que muchos partidos, en un intento por ampliar su atractivo más allá de su bloque racial, decidan hacer la misma jugada discursiva que Santokhi en los últimos meses. Quizá un político indosurinamés pueda no tener vinculación étnica con un afrosurinamés, pero ambos nacieron allí y un brasileño no, y ambos hablan neerlandés y un cubano no. En resumen, la llegada del peligro migrante forjaría a la fuerza una “identidad surinamesa” basada en el idioma y en haber nacido ahí.
Si a esto le añadimos los mismos trastornos laborales y sociales que las crisis migratorias causan, la mesa para algunos políticos surinameses podría dentro de poco verse servida por la carta del nacionalismo idiomático por encima de la fragmentación étnica para conseguir votos. Aunque en esta campaña no se vio demasiado, la posibilidad de un brote xenófobo en los próximos años, sobre todo si la crisis migratoria no se detiene y los partidos insisten en mantener sus discursos vacíos por encima de los debates serios, está a la orden del día.

Formación de gobierno

Aunque el NDP logró recuperarse de la aplastante derrota sufrida en 2020 y emergió como el partido más votado en las elecciones de 2025 (lo que en otros tiempos habría bastado para asegurarle la presidencia a Simons), el panorama parlamentario inicial parecía complejo: la diferencia con el VHP fue de apenas 4.000 votos, y el mapa electoral dejó en evidencia profundas divisiones territoriales. El NDP se impuso con contundencia en Paramaribo, una zona más cosmopolita, pero fue superado ampliamente en los distritos vecinos de mayoría indosurinamesa y en muchas regiones afrosurinamesas.
A esto se sumaba la complicada situación interna del propio NDP. Desde que asumió el liderazgo del partido, Simons ha sostenido un discurso moderado y renovador, reconociendo errores y vicios de las administraciones encabezadas por Desi Bouterse, y promoviendo una línea económica “más racional”. No obstante, ha debido enfrentarse a la resistencia interna de figuras como Ashwin Adhin, vicepresidente durante el segundo mandato de Bouterse, y de Ingrid Bouterse, viuda del expresidente, que se ha erigido como defensora de su legado. Estas tensiones entre la renovación y el “boutersismo duro” han amenazado repetidamente con fracturar al partido, y en un escenario donde prácticamente cualquiera podía terminar siendo electo presidente mediante un acuerdo multipartidario, parecían augurar mayores dificultades.
El sistema electoral, de lista abierta a nivel nacional, también influyó en la percepción del resultado. El candidato más votado del país fue el propio Chan Santokhi, que encabezó con amplia ventaja a los demás candidatos del VHP, mientras que Simons fue la más votada dentro del NDP, aunque seguida de cerca por sus rivales internos (Adhin e Ingrid Bouterse), lo que reflejó una fuerte fragmentación interna. Así, si bien el NDP ganó las elecciones, el resultado expuso las tensiones dentro del partido y la fragilidad de su posición negociadora. Por su parte, aunque el VHP no fue el partido más votado, Santokhi obtuvo el respaldo individual de buena parte de sus votantes, lo que en un principio le daba razones para reclamar la presidencia en un eventual pacto.
Sin embargo, en un giro inesperado, todos los partidos representados en la Asamblea Nacional, excepto el VHP, anunciaron al día siguiente de las elecciones su respaldo conjunto a la candidatura presidencial de Simons, consolidando así una amplia mayoría parlamentaria a su favor. Esta decisión sorprendió tanto por su rapidez como por el nivel de consenso alcanzado, considerando las tensiones previas y la fragmentación electoral. El VHP, ahora en minoría, quedó prácticamente aislado. De este modo, se ha evitado por ahora un escenario de parálisis institucional y se ha abierto paso a un nuevo gobierno encabezado por la primera presidenta en la historia del país. Cinco veces diputada y dos veces presidenta del Parlamento, Jennifer Geerlings-Simons fue por muchos años vista como la cara “moderada” del partido más ideológico de su país. Le tocará llegar al gobierno en un escenario complejo.
En definitiva, las elecciones de 2025 han dejado a Surinam en una encrucijada. Pese al acuerdo alcanzado, el país enfrenta un mapa político fragmentado y una ciudadanía expectante. Su futuro dependerá de la habilidad de la nueva presidenta para canalizar consensos, aprovechar los beneficios del petróleo sin repetir los errores del pasado y transformar la diversidad política en una herramienta de estabilidad y desarrollo.

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