El gigante asiático sigue cautivando la atención de los analistas de la política internacional con su actitud ambivalente dentro del marco de la guerra ruso-ucraniana iniciada hace ya más de un año. La reciente visita de estado del presidente Xi a la Federación Rusa y la presentación de 12 puntos preliminares para una paz en la región demuestran la voluntad china de actuar como parte intermediaria en el conflicto regional. Lo cierto es que para el público general, el miedo sobre un supuesto totalitarismo en movimiento y con los ojos puestos en occidente se entremezclan con la supuesta sabiduría de una civilización milenaria que “sabe hacer” y trabaja a largo plazo con objetivos cuanto menos enigmáticos para suplantar al orden norteamericano. La realidad es que, como dijo un presidente estadounidense: “No hay nada nuevo en el mundo salvo la historia que no se conoce”.
¿Qué rol está jugando China en su visita de estado a la Federación Rusa? ¿Qué motivos tiene Beijing desde un punto de vista político para manifestarse como un mediador entre las partes en el conflicto de Ucrania? Antes de siquiera enfocarnos en Europa, la política interna del país puede arrojar luz sobre los objetivos del gigante asiático en este escenario de conflictos regionales con tensiones mundiales.
La celebración del 20º Congreso del Partido Comunista Chino en octubre de 2022 culminó el proceso de consolidación de poder de Xi Jinping en torno a la centralización de su figura, dando como resultado el reemplazo de gran parte de los miembros del partido a favor de personas leales a Xi y permitiéndole un tercer mandato como Presidente en marzo de este año (lo que lo convertiría en el líder más longevo de la China moderna, dado que tradicionalmente el máximo eran dos mandatos). Este curso que ha tomado la política doméstica en pos de la concentración de poder en el Presidente del PCCh no debe confundirse con un giro brusco en la política china, sino más bien como la consecuencia de un proceso que se viene gestando desde hace décadas a raíz de la competencia intrapartidaria del PCCh y la creciente importancia de “l上海帮” o “La pandilla de Shangai” (la facción de Xi dentro del Partido).
Si bien el país disfruta de una situación de estabilidad política interna (y probablemente lo seguirá haciendo en tanto no surja el problema de la sucesión presidencial) conviene recordar que China es una potencia revisionista, es decir que busca cambiar el orden internacional: Un orden que le impide cumplir su ambición de ver una sola china unificada con la isla de Taiwán debido, por un lado, a la presencia de un mosaico de bases norteamericanas en el pacífico y por otro, a la existencia del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral entre EEUU, Japón, India y Australia. Esto (entre otros factores no militares) permite explicar por qué los vínculos entre China y Rusia se han fortalecido desde principios de siglo: Otra potencia revisionista como Rusia constituye un aliado natural no solo en una hipotética conflagración, sino también para la planificación de políticas en conjunto, lo que nos lleva a la “Asociación de Coordinación Estratégica Integral en la Nueva Era”. La misma es una declaración conjunta emitida en la visita de Xi al Kremlin el 21 de marzo que busca, según las partes, ahondar en la cooperación estratégica y la amistad de ambos países para generar situaciones “ganar-ganar”.
Al mismo tiempo Rusia es un país cuya política doméstica, al igual que China, está sumamente centralizada en la figura del mandatario. Recordemos que Putin puede permanecer legalmente en el poder hasta 2036, y Xi elogió una supuesta confianza del pueblo ruso en la legitimidad del presidente de la Federación en la reciente visita. ¿Por qué el mandatario chino reafirmaría el congelado sistema político ruso y su supuesto apoyo a pesar del conflicto ucraniano y lo que significó para la población rusa en términos de vidas humanas y movimientos de emigración? Otra causa que encontramos inclinando la balanza china hacia Rusia es la situación de las minorías al interior de cada estado, algo que ambas naciones comparten.
Desde el inicio de la guerra Rusia ha utilizado efectivos compuestos por minorías dentro de la Federación, la mayoría pueblos mongoles de Asia central, como los buriatos o tyvanos, pero también de otras regiones como Sakha o los sobreconocidos chechenos. Diferentes países de las ex repúblicas soviéticas denuncian la alta tasa de mortalidad que estas minorías sufren en combate acusando al mando ruso de utilizarlas como “carne de cañón”, lo que constituye un daño en la relación diplomática con estos países cuyas poblaciones representan a varias de esas minorías arrastradas al combate.
De la misma forma muchos de esos países de Asia también expresan su disgusto con China debido a su política de “reeducación” de diversas minorías dentro de su territorio, como los Uigures, a través de la Comisión Nacional de Asuntos Étnicos, donde se desplaza y se pone en cuarentena a la población y se militarizó su región de origen. Oportunamente la visita de estado china y los 12 puntos contienen en el apartado 5 la cuestión de la protección de civiles, pero habría que ver si la misma se extiende a las diversas minorías oprimidas por los rusos, siendo improbable que la propia China la aplique (hasta ahora niegan toda violación denunciada por organismos de DDHH). Sin embargo, el hecho de que China intente mostrar su compromiso para la paz junto a Rusia constituye una de las muchas políticas impulsadas por Beijing para atenuar su negativa percepción internacional, lo que nos lleva al siguiente punto: La necesidad China de mantener vínculos con Ucrania.
La misma es vital si Beijing desea actuar como intermediario, y las llamadas entre Xi y Zelensky en fechas cercanas a la visita de estado a Rusia son prueba de ello. En un mundo sensibilizado por el conflicto europeo una nación comprometida con la paz debería contar con un mayor margen para hacer oír su voz y recibir atención a la hora de presentar sus iniciativas internacionales, como el One Belt One Road Iniciative central para la política exterior China. A través de su posición en el comercio mundial y su amplia influencia económica (recordemos que el país es uno de los mayores acreedores a nivel mundial) el gigante asiático ya se encuentra en un escalón alto dentro del sistema internacional, sin embargo el soft power excede esas cuestiones: La situación de los derechos humanos (que incluye no solo el problema de las minorías sino también la cuestión de las políticas contra el Covid en los últimos años) y la autoritaria política doméstica obligan a China a redoblar sus esfuerzos, con proyectos tales como la celebración de las olimpiadas de Beijing 2022 o su contribución a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Esto permite explicar el asombro de algunos con respecto a la neutralidad del gigante asiático en el conflicto europeo: A pesar de sus vínculos estratégicos con Rusia, la forma en la que China debe navegar por el sistema internacional debe ser realmente cauta. Además de que un apoyo explícito al régimen de Putin dispararía las alarmas y reforzaría la cooperación militar norteamericana con otros países del teatro asiático, mantener el diálogo con Ucrania y presentarse como un “honest broker” es vital para el mantenimiento de su balanza comercial con otros países y sus proyectos de inversión en infraestructura a nivel mundial que de otra forma podría traducirse en embargos o un boicot internacional, sin mencionar el objetivo de una sola China que implica Taiwan..
A pesar de esta actitud el Secretario de Estado norteamericano Antony Blinken no ha tardado en criticar la postura tomada, alegando que China debe condenar la invasión de forma explícita si desea proponer una paz aceptable. Independientemente de si la declaración estadounidense es vista como un llamado a la razón o una forma desesperada de reafirmar su competencia con China por la primacía en los asuntos globales no podemos despreciar que China, con todas sus diferencias, ha avanzado con su propia visión sobre cómo deberían aplicarse las reglas del juego en el escenario internacional.
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