A pesar de ser uno de los países con mayores y mejores recursos naturales del mundo y tener una geografía envidiable (tanto por las montañas como los mares que nos protegen de invasiones externas o nuestra ubicación cercana a la Antártida), en comparación con otros países de la región, Argentina está lejos de ser un país ejemplar. Las interminables crisis económicas, la corrupción, la inestabilidad institucional o la ausencia de controles fronterizos y demás carencias en cuestiones de seguridad son solo algunos de los problemas con los que nos hemos acostumbrado a convivir.
¿Es posible salir de esta miserable situación? Antes de responder, es necesario comprender cuál es la raíz del problema. Sin intentar definir la crisis de manera profunda y abarcadora (tarea imposible por la complejidad del objeto y la realidad), se puede afirmar que una de las causas principales de la crisis de nuestro país se debe a la constante pugna política entre sectores antagónicos. Esta riña intensa y permanente tiende a reducir la política a una lógica amigo-enemigo que obstaculiza la posibilidad de alcanzar consensos y solucionar los problemas más básicos que se le presentan a cualquier gobierno.
A través del método histórico-comparativo es posible observar las organizaciones políticas que provocaron la polarización del sistema político. Unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, militares y antimilitares, son algunos ejemplos de estos antagonismos que por momentos tendieron a la lucha facciosa, descalificando al otro con el objetivo de eliminarlo si fuera necesario.
Pero, ¿acaso no es propio de la política el conflicto? ¿No surgen las alianzas políticas que permiten ganar elecciones a través de un adversario común que los une? Si bien es cierto que la polarización es una estrategia política (como se da entre el macrismo y el kirchnerismo), me parece fundamental reafirmar lo que sostiene el sociólogo francés Julien Freund: que para que un Estado o unidad política se consolide este debe de lograr la concordia entre sus miembros. En otras palabras, siguiendo a Freund, si entre los miembros de un Estado no hay ciertos consensos básicos que desemboquen en un orden protegido a través del monopolio de la coacción física legítima, la justicia o la satisfacción de las demandas básicas de todos, es imposible la formación de una unidad política o bien es muy probable que entre en crisis.
Desafortunadamente, es difícil sostener que hoy en nuestro país estos tres requisitos se cumplan. Si bien desde la vuelta a la democracia es forzado hablar de lucha facciosa entre el Estado y otro actor político, eso no quita que siga habiendo actores que cuestionen el monopolio de la coacción física legitima (grupos indígenas y narcotraficantes, ambos relacionados con políticos y funcionarios).
¿Por qué, a pesar de la ausencia de la lucha facciosa tras la vuelta a la democracia el monopolio de la coacción física legítima sigue siendo cuestionado? La respuesta es taxativa: por el considerable peso que tiene la historia en la configuración de nuestro presente. La legitimidad del Estado descansa, según Linz, en la creencia de “la gente” en que el régimen actual es preferible a otro, y por eso los actores tienden conservarlo. Es por esto que, tal como pasó en la república de Weimar, si un gobierno tras otro fracasa en la respuesta a las demandas y en la resolución de los problemas básicos que se presentan, entonces el régimen y, hasta en algunos casos, el sistema político entero, pierden credibilidad. No por nada irrumpe hoy en nuestro sistema de partidos el libertarianismo, que tiene una visión pesimista del Estado y aboga por el achicamiento del mismo. En resumen, la desconfianza hacia el Estado-gobierno surge de la incapacidad de éste de resolver las demandas de los distintos grupos; éstos, al verse sumergidos en un antagonismo político, ven las acciones del gobierno como desatinadas o tiránicas, algo que es propio de la lógica amigo-enemigo.
En conclusión, la “institucionalización” de la polarización como una estrategia política válida ha llevado a la erosión de la legitimidad del Estado como garante del orden. Aunque no sea la única explicación posible, sin duda explica perfectamente muchos de los problemas de nuestro país. La falta de consenso por la polarización lleva a que las respuestas a las crisis económicas se obstaculicen y se agraven (por ejemplo, como muchas de las políticas económicas durante el gobierno de De la Rúa). A su vez, la lucha facciosa (militares y peronistas, por ejemplo) lleva a una lógica que preconiza la destrucción del enemigo por encima del mantenimiento de las instituciones, ocasionando una crisis de calidad institucional en las mismas (más todavía si es el Estado es quien las viola). De la misma manera, el incumplimiento de las normas establecidas por las instituciones erosiona los mecanismos de control (equilibrio de poderes, organismos de control, etc.), dando paso libre a la corrupción política. Por último, si el uso de la coacción física por parte de Estado es vista por muchos como ilegítima, la tarea de mantener el orden se vuelve difícil. Ante el poder de policía, los grupos opositores al gobierno tienden a oponer mayor resistencia al Estado al considerarlo como injusto e ilegitimo, alegando que este sirve solo a los intereses “de unos pocos”.
El panorama se presenta desolador y agobiante. Para salir de esta crisis va a ser necesario mucho más que promesas y soluciones simplificadas que hoy resuenan en el arco político. Va a ser necesario un liderazgo político que sepa aceptar la realidad tal cual es y empiece por solucionar gradualmente los problemas que se le presentan de manera eficaz, mientras busca al mismo tiempo cierto consenso de la sociedad con sus políticas públicas. A su vez, va a ser indispensable establecer las bases de un plan a largo plazo como cualquier país serio, sabiendo que las grandes transformaciones y la solución de problemáticas de nivel estructural e institucional no se concretizan de un día para el otro. Solo teniendo en cuenta estas aseveraciones, es posible imaginar un mejor futuro para nuestra querida Nación.
Escrito por Tomás F. Varela
(@_tomasvarelaa_).
Estudiante de Ciencias Políticas en UCA.
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