Por Sebastián Uria
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Nuestro país enfrenta problemas urgentes que dificultan pensar a largo plazo, pero la mejor forma de salir de esta crisis es aprovechar las tendencias globales que van a definir las próximas décadas. Si nuestra dirigencia empieza a pensar estratégicamente, podemos proyectar el desarrollo argentino no a la próxima elección, sino al próximo siglo.
CON toda su urgencia, los problemas del presente parecen imponerse una y otra vez por sobre las cuestiones del futuro o los planes de largo plazo. Según la creencia popular local, esta realidad universidad es aún más intensa en la Argentina, donde la coyuntura irrumpe con obstáculos nuevos cada día. A su vez, la inmediatez que posibilitaron las tecnologías de comunicación digital profundiza el cortoplacismo que algunos identifican como representativo de nuestro tiempo.
A simple vista, pensar en presente parece necesario cuando los problemas de hoy son tan graves como la pobreza, la desnutrición, la guerra, o los desastres naturales. En nuestro caso, el creciente nivel de pobreza aparece regularmente como uno de esos desafíos que, por su urgencia, hace que hablar de problemas de los próximos años o décadas parezca insensible o sin sentido.
No obstante, un análisis prospectivo demuestra que los problemas de hoy son la raíz de problemas mucho mayores el día de mañana. Que la mayoría de los niños y niñas argentinos sean pobres tiene gravísimas consecuencias ahora, pero también significa que la Argentina del futuro será estructuralmente más pobre y menos educada debido a los errores de los últimos años. Este proceso es la antítesis del que atravesó nuestro país hace cien años, cuando la extensión de la educación y el progreso económico generó un país con una sólida y muy formada clase media.
El pensamiento estratégico es la manera en la que los decisores gubernamentales, pero también empresariales y de la sociedad civil, pueden lanzar proyectos con impacto de largo plazo, anticipándose a las grandes tendencias que juegan en contra de sus objetivos. Muchos gobiernos centrales y locales, como Reino Unido, España, o Dubai, tienen ya agencias oficiales de prospectiva que producen inteligencia estratégica para respaldar la toma de decisiones políticas con evidencia, en pos de una perspectiva a largo plazo. En tiempos de globalización, las tendencias globales condicionan fuertemente los proyectos locales, y se vuelve necesario mirar hacia el mundo para gestionar con éxito.
No obstante centros de estudios académicos en la UNCUYO o el CARI, la Argentina no tiene un ente de gobierno que permita salir de la inmediatez para pensar la Argentina no hacia las elecciones de 2025, sino hacia el próximo siglo. Estamos fallando en identificar oportunidades globales que nos permitirían incluso abordar los problemas más urgentes: la tendencia hacia una mayor tensión geopolítica entre las principales potencias mundiales, por ejemplo, vuelve muy atractivo a nuestro país como mercado alejado geográficamente de los grandes conflictos; nuestra dirigencia parece ignorar este hecho, mientras que Brasil está amasando grandes beneficios por aprovechar la corriente.
Necesitamos que los dirigentes políticos, empresariales, y de la sociedad civil argentina piensen de manera estratégica y prospectiva si queremos salir de la crisis en la que estamos hundidos. Nuestro país sabe hacer esto; fue lo que nos puso en el mapa en el primer lugar. Parafraseando a uno de los padres fundadores de Estados Unidos ―quienes tanto inspiran a los “estrategas” de este gobierno―: fallar en la estrategia es una estrategia para fallar.
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