Por Magdalena Napolitano
Cachemira: el conflicto sin fin
Cinco días atrás llega una nueva noticia, “El aumento de los atentados infunde temor en las zonas más tranquilas de Cachemira” lee el titular de la BCC. Atentados en la zona del Himalaya, con 9 muertos y 30 heridos. Nada parece sorprender. Quienes vienen siguiendo el conflicto ya deben haber perdido la cuenta de la cantidad de víctimas que se ha cobrado. Pasan los años y los avances son milimétricos. Muchos aspectos cambian, y muchos se mantienen. Una cosa es segura, el conflicto de Cachemira es uno de los conflictos armados activos más longevos en el mundo. ¿Sus protagonistas? India, Pakistán y China.
La región de Jammu y Cachemira (J&C) se encuentra ubicada en el centro del continente asiático, específicamente en la cima del continente indio, colindando con los Himalayas y compartiendo fronteras tanto con India como Pakistán. El origen del conflicto se remonta al proceso de independencia de ambos en 1947. Tras numerosas luchas y movimientos independentistas, Gran Bretaña decidió ese año retirarse del continente indio, produciendo lo que es conocido como la “partición de la India”, creándose así dos unidades políticas diferentes: la Unión de la India - con mayoría poblacional hindú- y Pakistán - mayoritariamente musulmán. El marajá Hari Singh, gobernador de Jammu y Cachemira, quien tenía la opción de adherirse a uno de los nuevos países, tomó la decisión estratégica de mantenerse independiente y retrasar cualquier tipo de adhesión, provocando invasiones de tribus musulmanas provenientes de Pakistán en defensa de la población. Las invasiones avanzaron hasta la capital, instando al marajá a optar por la Unión de la India en búsqueda de protección y comenzando el primer conflicto armado entre la India y Pakistán.
El conflicto, catalogado como disputa territorial y soberana por las Naciones Unidas, ha desembocado en tres guerras y una de las fronteras militares más extensas del mundo, la Línea de Control. Actualmente, la región se encuentra dividida en tres áreas de influencia, con India administrando el centro-sur, Pakistán noroeste, y China -que actúa como tercer actor ‘neutral’- una menor porción del este. La cuestión de J&C define las relaciones entre India y Pakistán, que desde las últimas décadas del siglo XX han adquirido capacidad nuclear, marcando la agenda de seguridad para ambos estados. Si bien estos no se encuentran actualmente enfrentados militarmente entre sí, el territorio no permanece inactivo. La situación es agravada por los grupos insurgentes, las migraciones masivas, y la constante inestabilidad política.
Tanto India como Pakistán han construido discursos políticos que les permite reafirmar su posición con respecto al territorio. Sus razones no se relacionan únicamente con aspectos de poder duro. Sus discursos van más allá de lo estratégico y geográfico, sino que también juegan elementos históricos, políticos y religiosos. Gran parte de la disputa se centra en la batalla ideológica entre los actores reclamantes. Como menciona Ashutosh Varshney (1991), politólogo y profesor en la Universidad de Brown, el problema en Cachemira es el resultado de dos fuerzas: el nacionalismo religioso representado por Pakistán y el nacionalismo laico personificado por India. Por un lado, India forma su reclamo basado en la legalidad del Instrumento de Adhesión que, acorde al Derecho Internacional Público, es un instrumento que valida la transferencia de soberanía del Marajá cachemir a la Unión de la India, y enfatizando en conceptos provenientes de esa rama del derecho, como son la integridad territorial y la cesión de soberanía. Asimismo, se apoya en aquellos valores ideológicos que constituyen las bases en las que nace la India, como el secularismo, la diversidad cultural y religiosa, el laicismo y el nacionalismo. Por otro lado, Pakistán también destaca un concepto del Derecho Internacional Público que considera clave para entender el conflicto: la autodeterminación de los pueblos, acentuando en cuestiones como la identidad religiosa y la lucha por la liberación de un pueblo oprimido.
La incompatibilidad ideológica entre los países también se remonta al proceso de la independencia. India y Pakistán nacen de dos nociones distintas de lo es el Estado y la estatalidad, y son estas diferencias las que parecen desbordarse en Cachemira. Como menciona Husain Haqqani en la revista India Review, “dos naciones tan fundamentalmente diferentes en todos los aspectos que no podían existir en una sola unidad territorial” ( 2003).
Actualmente, los disturbios y la puja ideológica continúan. En 2019 se produjo la derogación del artículo 370 de la Constitución India, que estableció una categorización del territorio controlado, convirtiéndolos en un Territorio de la Unión, un tipo de división administrativa que carece de autonomía para gobernar. La motivación detrás de dichas modificaciones fue la necesidad de la integración plena de J&C al territorio indio, como también para enfrentar aquello que imposibilita el pleno ejercicio de la India en el estado: la presencia de Pakistán a través del terrorismo y la corrupción. Pakistán, por su parte, salió a manifestar su desprecio por la “decisión unilateral” tomada por su vecino, rechazándola en su totalidad.
La modificación constitucional india degradó las relaciones diplomáticas entre ambos países, reviviendo las llamas del conflicto. La militancia y el terrorismo cobró un nuevo ritmo, produciendose atentados todas las semanas, y duplicando sus víctimas. Mientras que en 2018 se registraron más de 2.000 infracciones al cese de hostilidades, los registros indios muestran casi 3.500 infracciones en 2019 y más de 5.000 infracciones de este tipo en 2020, alcanzando su punto más álgido (Council of Foreign Relations, 2024). Un nuevo alto al fuego fue establecido en 2021, aunque se mantiene con gran fragilidad.
El futuro del conflicto parece incierto. A principios de 2024 un nuevo gobierno asumió en Pakistán, mientras que el de Modi se mantuvo en la India. La necesidad de remendar las relaciones entre ambas potencias nucleares es latente, pero los desafíos son muchos. De mantenerse cada país en su rigidez, pareciera que el conflicto está lejos de solucionarse.
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