Bolsas bajas, polleras largas


 Autora: Lara Agustina Cappelletti

Desde la pandemia de COVID-19, vivimos en una especie de recesión extendida, intermitente y transformada. No se trata de una línea recta hacia abajo, pero sí de un escenario global marcado por inestabilidad económica, inflación persistente y transformaciones profundas en el empleo, el consumo y la producción. En este contexto incierto, los discursos que apelan al proteccionismo económico y al conservadurismo cultural vuelven a ganar protagonismo.


El proteccionismo y el conservadurismo: estilo e industria

Aunque pertenecen a esferas distintas, el proteccionismo y el conservadurismo comparten una lógica común: la defensa frente a lo externo. 

El proteccionismo busca preservar la industria nacional mediante barreras al comercio exterior. El conservadurismo, por su parte, protege valores, tradiciones e instituciones frente a los cambios vertiginosos que impone el mundo globalizado.

Ambos responden a un temor compartido: la pérdida de identidad, autonomía o estabilidad frente al avance de lo desconocido. En este marco, el recato se convierte en una actitud cultural que, desde lo simbólico, evita la exposición a lo nuevo y resguarda lo familiar. Esta tríada -proteccionismo, conservadurismo y recato– configura una visión del mundo que prioriza lo propio y lo previsible por encima de lo abierto, lo disruptivo o lo extranjero.

No es casual que estos discursos resurjan en contextos de crisis o globalización acelerada, cuando los consensos se fragmentan y los márgenes de incertidumbre se expanden. El proteccionismo protege el trabajo; el conservadurismo y el recato, las costumbres, los hábitos y los imaginarios colectivos. En conjunto, revelan cómo economía, cultura y valores se entrelazan profundamente en la construcción de opinión pública.

Moldería y medidas

El regreso de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. reactivó viejos fantasmas: nacionalismo económico, barreras comerciales y rivalidad geopolítica. Anunció un aumento arancelario del 10% para productos de 185 países y del 104% para China. La respuesta fue inmediata: caída en los mercados, tensiones diplomáticas y advertencias sobre una posible guerra comercial.

Una semana después, pausó parcialmente los aranceles por 90 días para la mayoría de los países, pero redobló la presión sobre China: 125%. En paralelo, firmó órdenes ejecutivas para facilitar exportaciones de armas y bloquear regulaciones climáticas. En este escenario, el conservadurismo industrial  se impone: se prioriza la producción local, se endurecen las fronteras y se agita el fantasma de un mundo desglobalizado.

La industria textil, históricamente sensible a estos vaivenes, ya advierte sobre el encarecimiento de insumos, la fragmentación de las cadenas de valor y la dificultad de proyectar costos. El comercio internacional se enfría, y con él, el ideal de una globalización abierta y liberal.

Cuando la economía baja, los ruedos bajan

Pero no solo la industria habla. La moda también reacciona. Y lo hace con ruedos cada vez más largos.

Según el Hemline Index—una teoría que asocia la longitud de las polleras con la salud económica (cortas en bonanza, largas en crisis)—, los signos son claros. En la pasarela de 2025, diseñadoras como Amy Lawrence presentaron colecciones al ras del suelo, con vestidos etéreos, románticos y dramáticos. Chanel, por su parte, reforzó su impronta clásica en la Semana de la Moda de París, con capas, texturas brillantes y faldas largas acharoladas. Un gesto que mezcla nostalgia, protección y una estética de resguardo.

Las decisiones económicas de Trump y la reacción de los mercados anticipan un tiempo de barreras elevadas: comerciales, simbólicas y culturales. Y, como ocurre cada vez que la economía tambalea, el vestuario acompaña. Bolsas en baja. Polleras también. La historia se repite.

 


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