Canadá deja de brillar: La crisis que sacude al "Ejemplo del Norte"

 


Autor: Lucas Bellusci

Durante décadas, Canadá fue visto internacionalmente como un ejemplo de estabilidad económica, cohesión social y prosperidad democrática. Sin embargo, esa imagen de esplendor se ha desdibujado en los últimos años, a medida que una profunda crisis económica y social sacude a la sociedad canadiense. El deterioro acelerado, que afecta principalmente a la clase media y a los sectores más vulnerables, ha desencadenado una serie de cambios políticos drásticos y enfrenta a la nación a uno de los momentos más críticos de su historia reciente.


 El Legado de Trudeau 

La administración de Justin Trudeau, en el poder desde 2015, apostó por un modelo expansivo de gasto público que, si bien fue inicialmente celebrado por su enfoque progresista, terminó por agravar las vulnerabilidades estructurales de la economía canadiense. La pandemia de COVID-19 actuó como catalizador de una tendencia previa que se venía gestando: entre 2019 y 2024, la deuda pública bruta de Canadá creció del 31% al 49% del PBI, según las últimas cifras disponibles, reflejando un aumento sin precedentes en tiempos de paz.

El gasto público, impulsado por sucesivos paquetes de estímulo económico, fue financiado a través de una combinación de endeudamiento y aumentos impositivos, lo que generó tensiones internas en el gabinete. La renuncia de Chrystia Freeland como Ministra de Finanzas, a principios de 2025, marcó un punto de inflexión: su salida reveló la fractura interna en torno a la sostenibilidad fiscal y precipitó la renuncia de Trudeau al liderazgo liberal.

Detrás de esta crisis fiscal subyace un problema más profundo: el estancamiento de la productividad canadiense. Mientras que la productividad por trabajador en Estados Unidos se sitúa en torno a los 82.000 dólares anuales, en Canadá apenas alcanza los 62.000 dólares, lo que implica una desventaja significativa para atraer inversión extranjera y competir en la escena internacional. Esta brecha, lejos de cerrarse, se ha ampliado en la última década, erosionando la competitividad internacional del país. 

La crisis inmobiliaria es otro reflejo dramático de los desequilibrios estructurales. El precio promedio de una vivienda en Toronto, que en 2010 era de aproximadamente 431.000 dólares canadienses, superó en 2024 el umbral del millón de dólares, impulsado por una inmigración récord y una oferta habitacional estrangulada por regulaciones urbanísticas excesivamente rígidas. El acceso a la vivienda, tradicionalmente un símbolo de la movilidad social canadiense, se ha convertido en un privilegio inaccesible para amplios sectores de la población.

Al mismo tiempo, los servicios públicos esenciales, desde la salud hasta el transporte, experimentan un colapso creciente. La falta de inversión, sumada a un rápido aumento de la demanda, ha generado listas de espera récord en hospitales, déficits en el sistema educativo y un incremento alarmante de la indigencia en las principales ciudades. La inflación, que tras la pandemia llegó a superar el 7% anual en 2022, aún no ha regresado a los niveles precrisis, afectando especialmente a los salarios reales y el poder adquisitivo de las familias. 


La tormenta Trump

 La vuelta de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha reconfigurado el escenario económico global y, en particular, la posición estratégica de Canadá. La imposición de aranceles del 25% a productos canadienses, anunciada como parte de una política de "proteccionismo renovado", ha golpeado duramente a las exportaciones canadienses, en especial en los sectores de la energía, la automoción y los productos agrícolas.

 Además, las declaraciones provocadoras de Trump, quien ha sugerido en reiteradas ocasiones la posibilidad de anexionar Canadá como el “51º Estado de la Unión” han generado un profundo rechazo en la opinión pública canadiense y han provocado un cierre de filas patriótico entre todas las fuerzas políticas. Esta reacción ha otorgado un respiro inesperado al Partido Liberal, que ha logrado reposicionarse como el defensor de la soberanía nacional frente a las presiones de Washington. 

No obstante, el impacto de las nuevas políticas estadounidenses augura tiempos difíciles para Canadá: una reducción de las exportaciones, pérdida de inversiones y un probable deterioro del tipo de cambio, con un dólar canadiense ya debilitado frente a su par estadounidense. 


Carney y la “Nueva Era de Pragmatismo” 

La salida de Trudeau permitió un tímido cambio de expectativas económicas. Mark Carney, exgobernador del Banco de Canadá y del Banco de Inglaterra, asumió el liderazgo liberal con la promesa de restaurar la confianza en la gestión pública. Reconocido internacionalmente como un experto en manejo de crisis, Carney proyecta una imagen de pragmatismo y moderación, en contraste con el optimismo idealista de su antecesor. 

Carney ha buscado diferenciarse parcialmente de Trudeau manteniendo, sin embargo, elementos fundamentales de la agenda liberal, como el impuesto al carbono (Carbon Tax) y ciertos programas de gasto social. Esta continuidad ha sido blanco de críticas por parte de su principal adversario, Pierre Poilievre, líder conservador, quien acusa a Carney de representar una mera “versión tecnocrática” de las mismas políticas que llevaron a Canadá a su crisis actual. 

Poilievre propuso un programa de fuerte desregulación, reducción de impuestos y un enfoque de “Canada First”, que si bien toma prestados algunos elementos de la retórica trumpista, busca adaptarlos a la tradición canadiense de pluralismo y apertura. Sus promesas incluyen la aceleración de permisos de construcción, recortes al gasto público y una reforma profunda del aparato estatal para devolver competitividad a la economía. 


Una Nación en la Encrucijada

 Las elecciones anticipadas convocadas para el 28 de abril se presentaban como un verdadero plebiscito sobre el modelo de desarrollo canadiense. El resultado fue claro: el Partido Liberal, liderado por Mark Carney, obtuvo una victoria decisiva con 168 escaños, quedando a solo cuatro de la mayoría absoluta. El Partido Conservador, encabezado por Poillievre, obtuvo 144 escaños, una derrota amarga que se acentuó con la pérdida de su propio escaño en Carleton, Ontario. 

El Nuevo Partido Democrático y el Bloc Québécois sufrieron retrocesos, y Jagmeet Singh anunció su renuncia como líder del NDP tras los malos resultados. En su discurso de victoria, Carney se comprometió a “reconstruir la confianza de los canadienses en sus instituciones” y reafirmó que “Canadá no será jamás una posesión extranjera, sino una nación soberana y resiliente”.

La crisis actual no es coyuntural sino el síntoma de un agotamiento de modelo que, sin reformas profundas, podría comprometer el futuro mismo del país. Con Carney en el poder, comienza una etapa de incógnitas: si logrará encauzar el rumbo o si su triunfo marcará apenas una tregua en una decadencia más profunda aún por revertir.


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