Revolución del 25 Mayo de 1810: el inicio de un orden en disputa

 Autores: Sebastián Izquierdo y Juana Rey

La Revolución de Mayo marcó el inicio de un nuevo orden, pero no fue un hecho aislado ni homogéneo. Fue parte de un proceso más amplio, atravesado por transformaciones globales, disputas internas y tensiones sociales. En el Río de la Plata, los criollos ilustrados buscaron mayor poder político y económico en un contexto de crisis de la metrópoli. Aunque se proclamaba lealtad al rey, el objetivo era consolidar el poder local. Los sectores subalternos quedaron al margen de las decisiones. Pensar Mayo es abrir el debate sobre qué tipo de sociedad empezó a construirse.

La Revolución de Mayo de 1810 es conmemorada como el inicio del proceso fundacional de nuestra patria y el primer esbozo de un Estado. Sin embargo, es necesario leerla como parte de una transformación mucho más amplia, donde confluyeron factores internos y externos, intereses económicos y disputas por el poder en el marco de una sociedad colonial profundamente estratificada.

Como causas externas que influyeron en la revolución, Europa atravesaba una etapa de cambios drásticos. La Revolución Francesa había cuestionado el orden absolutista y promovido ideales de soberanía popular, mientras que la independencia de las colonias británicas en América del Norte mostraba que era posible reorganizar el poder más allá de la autoridad monárquica. A esto se sumaba la Revolución Industrial, que reconfiguró los vínculos comerciales entre las potencias y sus colonias, y el proceso haitiano, que, aunque situado en otro contexto, había demostrado que la ruptura del sistema colonial era una posibilidad concreta en América.

En el Río de la Plata, la situación también era tensa. Las invasiones lnglesas de principios de siglo mostraron que Buenos Aires podía organizar su propia defensa sin intervención directa de España. Las milicias urbanas, formadas en gran parte por criollos, ganaron protagonismo político y militar. A su vez, los comerciantes locales presionaban por abrir el intercambio con otras potencias, cuestionando las restricciones impuestas por el monopolio español. Esa búsqueda de mayor autonomía económica se articulaba con una aspiración política: los criollos ilustrados querían ocupar los espacios de decisión que hasta entonces les eran negados por su condición de nacidos en América.

La abdicación forzada de Fernando VII, en manos de Napoleón Bonaparte, agravó el vacío de poder en las colonias. Con la monarquía española en crisis, comenzaron a formarse juntas de gobierno en nombre del rey ausente. En Buenos Aires, esta coyuntura fue concebida como una oportunidad. Las tensiones se aceleraron con la caída de la Junta de Sevilla, último bastión de poder reconocido por el virreinato, y el debate sobre la legitimidad política del virrey Baltazar Hidalgo de Cisneros.

“La Semana de Mayo”, período que comprende desde el 18 al 25 de mayo de 1810, fue decisiva para la reconfiguración del tablero político. Las discusiones del proyecto a seguir giraron en torno a la continuidad del virrey, donde se convocó a un Cabildo Abierto que resolvió su destitución y que derivó en la creación de la Primera Junta de Gobierno. Esta estuvo compuesta por criollos como Cornelio Saavedra, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Juan José Castelli y Juan José Paso, a pesar de las diferencias políticas y la contraposición de intereses entre ellos. Aunque este nuevo gobierno se constituyó formalmente esgrimiendo lealtad al rey cautivo Fernando VII, la adhesión a esta situación fue más táctica que real: era una oportunidad de los independentistas para iniciar acciones tendientes a consolidar su poder político 

En este sentido podríamos plantear quienes protagonizaron verdaderamente este proceso. Aunque el imaginario popular asocia la revolución a una lucha por la libertad y los valores democráticos de forma homogénea, la realidad es más matizada. Los sujetos centrales fueron criollos instruidos, con acceso a ideas ilustradas y con intereses comerciales concretos. Lejos de un movimiento que pretendiera una transformación radical del orden social, lo que se ponía en juego era una disputa dentro de las élites locales. En una sociedad organizada por castas y jerarquías heredada y perpetuada a partir de la conquista española, los sectores subalternos, como pueblos originarios, afrodescendientes, mujeres y clases populares, no participaron de manera activa en las decisiones institucionales, aunque sí eran parte del entramado social y cultural de la época.

La Revolución de Mayo no fue un acto súbito ni homogéneo, sino un proceso con avances, retrocesos y tensiones internas que sentó las bases de un nuevo orden en construcción. Pensarla como el inicio de una gesta emancipadora no implica una lectura lineal, sino abrir el debate sobre qué tipo de sociedad comenzó a delinearse y qué lugar ocuparon los distintos sectores que la estructuraban. Conmemorar esta fecha es también una oportunidad para revisar sus múltiples sentidos, integrando las disputas de poder y los intereses en juego, sin restarle valor simbólico al hecho fundacional. 

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