El asesinato del primer ministro hutí aviva la guerra en Yemen y el Mar Rojo



Autor: Santiago López Micossi

En la madrugada del 28 de agosto un ataque aéreo atribuido a Israel alcanzó un edificio en Saná, Yemen, donde se encontraba parte de la cúpula del gobierno de facto hutí, provocando la muerte de Ahmed al-Rahawi, primer ministro del gabinete insurgente, junto a varios de sus ministros y colaboradores. El hecho se convirtió en el golpe más significativo contra el movimiento desde que tomó el control de la capital en 2014. Israel justificó la operación como un “ataque de precisión” destinado a neutralizar a responsables de las ofensivas con misiles y drones lanzados contra su territorio y contra barcos en el Mar Rojo, una constante desde fines de 2023 Del otro lado, Abdul-Malik al-Houthi, líder del movimiento, prometió vengar la muerte de al-Rahawi y denunció la complicidad de servicios de inteligencia extranjeros en la operación.

Miles de personas despidieron a al-Rahawi en un clima de duelo, pero también de desafío. Las consignas contra occidente resonaron durante horas, mientras las calles se llenaban de banderas hutíes y retratos del líder caído. La ceremonia no fue sólo un adiós: funcionó como una demostración de fuerza política y social del movimiento que logró, como suele ocurrir en estos casos, transformar la pérdida de un dirigente en un ritual de cohesión colectiva. En paralelo, los hutíes reivindicaron un nuevo ataque contra un buque petrolero en el Mar Rojo, sin provocar daños, pero enviando un mensaje claro: la campaña marítima continuará.

Para entender la magnitud del asesinato cabe recordar que Yemen vive desde hace más de una década en una fractura política y territorial. En Adén se encuentra el gobierno internacionalmente reconocido, apoyado por Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, que hasta mayo pasado tuvo como primer ministro a Ahmed Awad bin Mubarak. En Saná, en cambio, gobierna el movimiento hutí, alineado con Irán, que estableció su propio gabinete y estructuras estatales de facto. Ahmed al-Rahawi era el jefe de gobierno hutí, no el primer ministro reconocido por la comunidad internacional. Su rol, resultaba clave para proyectar hacia dentro y hacia afuera la imagen de un Estado organizado. Su muerte deja a Ansarolá sin una figura institucional visible y abre un interrogante sobre la futura composición del gabinete en Saná.

A diferencia de los gobiernos tradicionales, los hutíes se estructuran en torno a un liderazgo carismático y religioso: Abdul-Malik al-Houthi concentra el poder real, rodeado de un círculo de clérigos y comandantes. Esto significa que, aunque la pérdida de al-Rahawi es dura en lo simbólico, no descabeza al movimiento. De hecho, tras el ataque, el viceprimer ministro Mohammed Miftah asumió funciones de coordinación y prometió reforzar la seguridad interna para evitar filtraciones que permitan nuevas operaciones de este tipo. Los hutíes han demostrado en el pasado una capacidad de adaptación notable, y todo indica que ya trabajan en la designación de un nuevo primer ministro para mantener la fachada gubernamental. Sin embargo, el asesinato podría reforzar la desconfianza interna y derivar en purgas o medidas represivas contra opositores y organizaciones internacionales que trabajan en Saná. Esa lógica de cerrar filas, si bien fortalece la cohesión del grupo, agrava el ya de por sí delicado panorama humanitario.

La operación israelí contra al-Rahawi tuvo efectos inmediatos dentro y fuera de Yemen. En el terreno diplomático, amenaza con enterrar los intentos de negociación que la ONU, Omán y Arabia Saudita venían promoviendo desde 2022 para poner fin a la guerra. Tras el funeral, la dirigencia hutí endureció su discurso y descartó cualquier gesto de acercamiento. En lo humanitario, los días posteriores al ataque estuvieron marcados por allanamientos a oficinas de la ONU y detenciones de personal internacional en Saná, lo que genera preocupación sobre la seguridad de las agencias que proveen ayuda vital en un país donde más del 80 % de la población depende de asistencia externa.

En el plano regional, la eliminación de al-Rahawi pone a Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos en una encrucijada. Ambos países buscaban reducir su involucramiento directo en la guerra de Yemen, pero un recrudecimiento de los ataques marítimos hutíes podría arrastrarlos nuevamente a la confrontación. Para Irán, en cambio, la muerte del primer ministro se convierte en una herramienta propagandística: otra prueba, aseguran, de que sus aliados son víctimas de la “agresión israelí y occidental”.

La consecuencia más visible de esta dinámica es el impacto en la navegación internacional. Desde octubre de 2023, los hutíes han lanzado una ofensiva sostenida contra buques en el Mar Rojo y el Golfo de Adén, generando un desvío masivo de rutas comerciales hacia el Cabo de Buena Esperanza. El asesinato de al-Rahawi, lejos de frenar esa campaña, probablemente la intensifique: el movimiento buscará demostrar que sigue operativo y capaz de desafiar a Israel y a las potencias occidentales. El resultado se manifiesta en una subida de primas de seguro marítimo, costos logísticos crecientes y una mayor incertidumbre en el comercio entre Europa y Asia. Cada intento de ataque, incluso los que no provocan daños, incrementa la percepción de riesgo y genera repercusiones económicas globales.

A futuro, el gabinete hutí se reestructurará y continuará gestionando la “economía de guerra”. La campaña en el Mar Rojo se consolidará como el frente más visible del conflicto, con consecuencias directas para el comercio internacional. La posibilidad de una negociación existe, pero luce remota: en un contexto de movilización popular y retórica de resistencia, cualquier concesión sería percibida como debilidad. El mayor riesgo es que un ataque hutí cause víctimas masivas en un buque o un impacto directo sobre infraestructura crítica, lo que podría provocar una respuesta militar más amplia de la coalición internacional. Ese escenario, aunque no es inevitable, se vuelve más probable en un clima de tensión creciente.

El asesinato de al-Rahawi marca un punto de inflexión en la guerra de Yemen. Aunque no descabeza al movimiento hutí, sí golpea su legitimidad institucional y alimenta una narrativa de resistencia que refuerza tanto la cohesión interna como la agresividad externa. Lejos de acercar la paz, el ataque israelí parece abrir la puerta a una nueva fase de violencia, inestabilidad y crisis humanitaria que conecta Saná con Gaza, Tel Aviv, Riad y Teherán. La pregunta ya no es si habrá más violencia, sino hasta dónde escalará y qué precio pagará la economía global si el Mar Rojo sigue convertido en un campo de batalla. 


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