Muchas veces escuchamos “la antipolítica de Milei”, nada más errado que llamar a Milei un “antipolítico”.
El fenómeno Javier es un fenómeno sin precedentes en la historia argentina. Un intelectual dedicado a la batalla cultural que decide dar el salto a la batalla política desde una banca en el Congreso de la Nación. Con pocos meses de campaña y sin necesidad de presupuesto alguno, logró consolidarse como tercera fuerza dentro de la política porteña. Javier Milei expresa lo político mucho mejor que cualquier otro candidato. Lo político es inherentemente lucha; quien lo ve como consenso no es más que un hombre que vive de la política, no para ella. Sus prácticas discursivas encarnan a la perfección esa dimensión conflictual de la vida política en la que se identifican dos sujetos: nosotros/ellos, amigo/enemigo. Esta abstracción teórica, él la traduce a lo concreto erectando al pueblo trabajador (nosotros), en contra de un enemigo común: la casta política (ellos). Es de vital importancia comprender que no se puede hacer política sin un enemigo. Si no se define el “ellos” será imposible orquestar un “nosotros”, un pueblo, que te permita alcanzar el poder. Ésta es la concepción errada de la política es la que vemos siempre en la centro derecha cobarde, que lejos de combatir a su oponente, ve como un progreso el consenso y diálogo, que no es más que arrodillarse a las demandas de la izquierda y ante la primera amenaza de los medios de comunicación cambian por completo su discurso. Esto se ve reflejado en Macri, en Piñera, en Duque, entre otros, que por no trazar una cruzada contra un enemigo y definir el “ellos” se quedaron sin ni siquiera un “nosotros”, perdiendo la hegemonía, y como consecuencia todo el poder que alguna vez supieron conseguir, quedando como verdaderos cadáveres políticos.
Milei, en cambio, desafió el statu quo desarticulando la hegemonía progresista y rompiendo la idea del consenso de la centro derecha y de la centro izquierda (la pospolítica en palabras de Chantal Mouffe), abriendo el paso a la articulación de nuevas demandas de la sociedad civil, redefiniendo al liberalismo en sus términos identitarios, siendo ya no una teoría abstracta de los intelectuales, sino la respuesta a las demandas del pueblo argentino. Dando la batalla en todos los frentes, yendo en contra del intervencionismo estatal, a los colectivismos, la falta de libertad durante la cuarentena, etc, logró encadenar distintas demandas populares, formando una cadena hegemónica, que, dándole el nombre de “el pueblo”, fue la que le permitió alcanzar el poder.
El objetivo de una formación hegemónica no es el de hacer una revolución (quebrar desde las bases el sistema imperante), sino que es algo mucho más “soft”: sobre los mismos principios ya instalados en el orden social (en el caso de la democracia serían la igualdad y la libertad), darles una resignificación para que sean interpretados e institucionalizados de forma distinta, de modo que permita satisfacer nuestras demandas sociales. Una reinterpretación no inocente, sino verdaderamente subversiva.
Para concluir, Javier Milei sigue a la perfección la receta teorizada por Chantal Mouffe y Ernesto Laclau sobre la democracia plural y la estrategia socialista que permitió a la izquierda perpetuarse a lo largo de todos estos años en el poder. Debemos llevar a cabo la excelente estrategia diseñada por ellos, pero con nuestras ideas y principalmente defenderlas con valor y orgullo, porque ya vimos que la centro derecha no tiene lugar en una democracia plural, reinante en nuestros sistemas políticos contemporáneos.
Por Elena Caranti
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