Ehrich Weiss (apodado Houdini) fue un famoso ilusionista de principios del siglo XX, conocido por sus ambiciosos espectáculos de escape, que muchas veces ponían en peligro su propia vida. Un de sus escapes más memorables fue al introducirse en una caja de acero cerrada con llave y lanzada al agua de un puerto en Nueva York. Houdini apareció en la superficie en menos de un minuto.
Las intricadas situaciones a las que el mago se exponía
repetidamente generaban dudas sobre posibles dones sobrenaturales, aunque eran
constantemente desmentidas por el escapista arguyendo que se trataba de habilidad.
En este extremo del continente no son tan populares los
shows de escape, pero sí podemos identificar en la Nación una trágica similitud
con el famoso escapista. Argentina, maniatada en períodos de crisis e
inestabilidad política que parecen repetirse cíclicamente, no es muy diferente
al ilusionista húngaro… con la diferencia de que Houdini sabía escapar, la
pregunta es: ¿Argentina lo intenta?
Nos cansamos de gritar lo que está mal; se nos volvió
aburrido indignarnos por los sucesivos escándalos como “Olivosgate” o el “Vacunatorio
VIP” cuyos dramas desaparecen a las pocas semanas tan fácilmente como se
propagan; y nos resultan llanos los spots de campaña y los slogans vacíos que
no suman ninguna propuesta. La Argentina encadenada grita, pero nos queda por
ver si forcejea.
La ciudadanía vota, en teoría, para elegir a sus
representantes. En el caso rioplatense, las últimas elecciones mostraron un 66%
de participación. Aunque para muchos el resultado electoral parece
esperanzador, ese porcentaje de participación es el más bajo desde que se
implementaron las PASO. Parece que el escándalo mediático es incapaz de
trasladarse a las urnas.
El pueblo argentino carece de confianza en la dirigencia
política, a la cual muchos ven como los responsables de los problemas que se
vienen padeciendo desde la vuelta a la democracia como si se tratara de sus
propios captores. Si bien, el estado actual de la crisis epidemiológica resta
fuerza a la capacidad de respuesta política, el malestar social ya está
asentado en la opinión pública y el fenómeno de la antipolítica recuerda por
momentos a un panorama similar al 2001.
La desilusión llena el ambiente democrático cada vez más
en una sociedad que no participa a raíz de una cultura cívica o un compromiso
con la República. Si no hay fuerzas para romper las cadenas, tampoco habrá
oídos para escucharlas romperse, como reza nuestro himno.
El circo de la inestabilidad política va a continuar en
la medida en que no tengamos un plan de escape (y no en dirección hacia algún
aeropuerto), sino orientado a resolver los problemas estructurales que
precisan, indefectiblemente, políticas a largo plazo.
En un país famoso por tener 5 presidentes en una semana,
no parece tarea fácil. Requerirá del acuerdo entre los espacios políticos que
se sucedan en el Gobierno para mantener una continuidad en las diversas
políticas de Estado; el trazado de un modelo de relaciones exteriores coherente
y que favorezca la integración con otros países latinoamericanos; y el fomento
de una sociedad educada políticamente e informada capaz de exigir transparencia
en sus representantes. Todo eso, traccionado por un elemento clave: El
electorado.
La lucha por el sillón de Rivadavia tiene que dejar de
lado las ideologías irreconciliables entre categorías de izquierda y derecha o
hasta en un mismo sector, que pretende adueñarse del título de “principal
opositor” o “el verdadero cambio que se prometió”. Nada de eso suma a una
Argentina que realiza un manotazo de ahogado en cada elección.
Al igual que un ilusionista realizando un truco de magia,
una nación necesita coordinar todo su cuerpo y asegurarse de que sus diferentes
partes no se dificulten entre ellas. Si el órgano vital de todo estado
democrático, los individuos, no se comprometen en el fortalecimiento de las
instituciones y la transparencia de las mismas, no existe manera de asegurar un
futuro para la Argentina en donde los problemas básicos que ya casi
naturalizamos (y también aquellos por los que nos escandalizamos un tiempo
hasta que llegue el próximo) puedan ser resueltos.
El mundo cambió desde los espectáculos de Houdini, pero
parece que el público atónito que recurre a la magia para explicar lo que se le
escapa, no lo hizo. El tiempo para indignarse ya pasó.
La Argentina necesita evitar el estancamiento ideológico
y comenzar a integrarse a un mundo que cada vez esta menos pendiente del
espectáculo albiceleste. Salir del circo de crisis que nunca terminan es tarde
o temprano asumir el ayer y debatir el mañana. Y la Argentina ya llega tarde,
aunque se suele decir que lo bueno siempre llega al final.
Por Ignacio Martínez
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