Un día como hoy, un 11 de abril, pero de 1870, el expresidente Justo José de Urquiza es asesinado en el palacio San José. El hecho se produjo a manos de un caudillo entrerriano, Ricardo López Jordán, quien decide actuar a raíz de los muchos conflictos que el vencedor de Caseros había tenido con el federalismo argentino: La extraña derrota en la batalla de Pavón, el apoyo hacia Mitre en la guerra contra el Paraguay, y la negativa a apoyar los alzamientos de caudillos federales contra el gobierno nacional, culminaron en su muerte dentro de sus aposentos en la estancia entrerriana.
Para una mejor aproximación del odio que había despertado Urquiza
entre sus compatriotas, José Hernández, autor del Martin Fierro, escribió lo
siguiente 7 años antes: “La sangre de Peñaloza clama venganza, y la venganza
será cumplida, sangrienta, como el hecho que la provoca, reparadora como lo
exige la moral, la justicia y la humanidad ultrajada con ese cruento asesinato.
La historia de los crímenes no está completa. El general Urquiza vive aún, y el
general Urquiza tiene también que pagar su tributo de sangre a la ferocidad
unitaria, tiene también que caer bajo el puñal de los asesinos unitarios como
todos los próceres del partido federal. Tiemble ya el general Urquiza; que el
puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello, allí, en San
José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los
salones tan frecuentados por el partido unitario”
Otro personaje complicado, Sarmiento,
también llegó a pronunciarse en una carta a Mitre de una forma corta pero
efusiva: “No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de
la escena, cueste lo que cueste. Southampton o la horca”
Vemos entonces que Urquiza no contaba con las simpatías de la
mayoría de sus contemporáneos, y era ampliamente controversial en su época…
¿Algo de eso ha cambiado? Los programas de historia en las escuelas argentinas
tampoco suelen tenerlo en alta estima a pesar de lo que Urquiza significó para
la unidad y consolidación nacional. El haber vencido en Caseros, impulsando un
congreso para la sanción de una constitución cuyas bases rigen hasta nuestros
días, no parece ser suficiente para superar a su antónimo, Rosas, quien suele
recibir más protagonismo a nivel popular y cuya oposición con la figura de
Urquiza hace creer a muchos que este último era unitario.
¿Por qué esto es así? Rosas gozaba de mucha menos simpatía entre
los intelectuales del siglo XIX, a tal punto que durante varias décadas la
historia lo condenó como un símbolo del atraso político y cultural del país.
Con la primera mitad del siglo XX y los cambios políticos que lo marcaron
(destacamos la entrada en escena del radicalismo, y después, del peronismo)
empieza a haber una reivindicación tanto de Rosas como de los caudillos
federales, como Facundo Quiroga. En particular, se rescataban elementos como la
defensa de la soberanía (frente al bloqueo Anglo-Francés) y la valorización del
gaucho (condenado como un peón vago y malviviente por la historia “oficial”)
como elementos de aquello auténticamente criollo, aquello verdaderamente
nacional.
Con el peronismo, la figura de Rosas toma un valor central,
siendo idealizado junto con San Martín y el propio Perón como los padres de la
patria que llevaron a una Argentina soberana política y económicamente. La
influencia llegó a ser tal que las propias organizaciones armadas que
respondían al peronismo utilizaban su simbología, el propio grupo Montoneros
(cuyo nombre viene de las montoneras, forma de referirse a los ejércitos de los
caudillos) utilizaba la imagen de una tacuara, una caña a la cual los soldados
del siglo XIX le sacaban filo para obtener una lanza.
Desde la creación del Comité para la Repatriación de los Restos
de Rosas en la década del 30 hasta su llegada definitiva al país en 1989,
notamos cómo la historiografía influye en el lenguaje político y las imágenes
de la época, así como la memoria colectiva de una nación que en menos de un
siglo elevo una de sus figuras más controversiales al centro ideológico de
muchos grupos y sectores sociales que continúan relevantes a día de hoy.
La corriente revisionista de la historiografía demuestra que en
el fondo la historia la escriben los que ganan, pero esa escritura es cada vez
más fácil de borrar con el paso del tiempo. Sin embargo, el objetivo del
revisionismo no acaba en Rosas, se extiende a muchos otros ámbitos de la
historia argentina, y es ahí donde empiezan los problemas.
La educación argentina del siglo XXI tiene la difícil tarea de
transmitir una historia marcada por un siglo ideológicamente turbulento, cuyos
resabios todavía no han cicatrizado y fragmenta a la sociedad con cada feriado
o fecha patria.
El loable objetivo revisionista de principios del siglo pasado ha
cambiado, su misión ya no es la revalorización de elementos relegados de
nuestra historia de los que podemos destacar valores y enseñanzas, sino la
difuminación de una verdad al servicio de una agenda política que justifica el
accionar retrayéndose al pasado. Caemos en un relato obscuro que busca explicar
la realidad con una historia tergiversada: Una auténtica mitología.
Lo peligroso de esto excede completamente a Urquiza y a Rosas,
abarca toda la historia. El uso que tiene la omisión de ciertos fenómenos
históricos como herramienta discursiva constituye una gran amenaza para la
educación. Factores como el verdadero motivo de la deuda pública tomada por
Rivadavia, los sucesos previos a la batalla de Caseros, la situación real de
las comunidades nativas previas a la Conquista del Desierto son omisiones que
la historia argentina enseñada en las escuelas utiliza intencionalmente para
generar una visión del presente ajustada a favorecer determinados sectores
políticos. A esto nos referimos con el término mitología.
Lo anterior solamente corresponde al siglo XIX, la verdadera
madre de las batallas a nivel pedagógico viene al momento de enseñarle a los
estudiantes sobre la última dictadura militar. Ahí, la situación anterior al
golpe brilla por su ausencia: La economía del gobierno de Isabel, el brutal
accionar guerrillero o las maquinaciones de López Rega y la Triple A son
omitidas, todo lo que existe es a partir de 1976.
El ejemplo anterior es reciente. Abuelos y padres lo vivieron y
aún lo recuerdan. Sin embargo, desde las escuelas el misticismo y la posverdad
parecen imperar como si se tratara de una guerra entre ciudades griegas de la
antigüedad de las cuales solo conocemos mínimos detalles, o todo lo que
conocemos viene de una sola fuente.
El revisionismo es necesario, siempre se pueden descubrir o
rescatar elementos rezagados al analizar la historia, y contribuye al
engrandecimiento de la patria y sus valores con los que queremos reflejarnos.
Sin embargo, llevado al extremo alcanza niveles peligrosos, donde la memoria
colectiva es distorsionada por la agenda, y aquello que se busca enaltecer
sepulta de dudas todo lo demás (es como si al querer desenterrar algo,
llenáramos de tierra todo lo que hay alrededor).
Han pasado 39 años desde el último golpe de
Estado, ¿cómo lo verá la historia en 152, cuando pase tanto tiempo como desde
la muerte de Urquiza, cuándo nuestros abuelos y padres no estén entre nosotros
para recordarnos la historia con sus vivencias? El mito y una democracia sana,
son incompatibles.
Por Ignacio Martínez
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