Amantes que odian, odiadores que aman

 "Yo, para ese viejo de mierda, no pongo mi firma" ; escuchó perplejo, en su momento, Antonio Cafiero. Cristina Fernández de Kirchner le daba a entender, sin pelos en la lengua, su reticencia a entregar, siquiera su firma, para facilitar la instalación de una nueva estatua. El merecedor, tanto del agravio como de la hipotética escultura, se trataba, ni más ni menos, que de Juan Domingo Perón.

  Lectores asiduos de la prensa nacional no encontrarán novedad alguna en traer a flote, nuevamente, este episodio. Pero hoy en día, con las ventajas del paso del tiempo de nuestro lado, podemos observar que no se trataba de un hecho aislado; anécdota de sobremesa justicialista. Las intenciones, que van más allá de un “gancho” y una efigie conmemorativa, apuntan concretamente a un objetivo extremadamente prioritario, como complejo: la subyugación discursiva de la figura del General e, idealmente, el descarte total de esta.

   “El peronismo será kirchnerista o no será” rezaba, sin más, la remera de un niño en las movilizaciones oficialistas del 24 de marzo de este año. Este pequeño embajador de un futuro posible era retratado de espaldas, mientras marchaba, por la cámara de La Cámpora. Revelada en una efímera story de Instagram, tenemos una de las grandes consignas de lucha del kirchnerismo puro. ¿Qué mejor momento para ser Vandor que con Perón muerto? El desafío está en consolidar al kirchnerismo como constante y al peronismo como variable. Así como se habla del peronismo del primer, segundo y tercer Perón, entre tantos, pasar a hablar de un universo de kirchnerismos sería la meta a consolidar. La figura del otrora Secretario de Trabajo y Previsión pasaría a ser un mero Potemkin pre revolucionario, maleable según lo requieran las circunstancias. Los más ansiosos ya se deben estar preguntando el para qué de semejante esfuerzo.

    Gran parte de su historia, la Argentina ha sido definida por clivajes específicos, un “x y anti x”, muchas veces en torno a una figura en particular. Los ejemplos de tesis y antítesis personalizadas abundan: desde el rosismo y el antirosismo, pasando por los más fugaces roquismo y antiroquismo, personalismo y antipersonalismo, hasta el peronismo y antiperonismo. Este último ha pisado particularmente fuerte por décadas, determinando a la sociedad, familias y personas. Ser quien define la disputa y le pone a marco a esta, da una ventaja y margen de acción considerables. Ya de por sí, el hecho de que la otra parte sea definida en cuanto a la negativa del centro de la discusión, la convierte en un planeta orbitando alrededor de una estrella, atada al determinante. Así, delimitada por el otro, aparentemente carece de contenido propio; situación particularmente fértil para acusarle cualquier responsabilidad por efectos y situaciones antipáticas en la sociedad. Y, en simples palabras, nadie quiere ser el malo de la película, con lo que eso implica. No hay que subestimar las consecuencias que puede tener el ser dominado en el ámbito discursivo del día a día. En esta lógica sistemática del amigo-enemigo que reina en estas playas, crear, controlar y renovar esta relación parece ser una de las mejores armas.

     Sin embargo, desde el deceso de quien fundó el movimiento justicialista, la dialéctica “peronismo-antiperonismo” pareció volverse cada vez más porosa e intangible. La falta de la palabra doctrinaria original para que dirima las diferencias y marque los límites, como en aquella plaza del 1 de mayo del ´74, nos lleva a la confusión actual. Un kirchnerismo, proclamado peronista (por ahora), habla de un deleznable antiperonismo opositor macrista; oposición que entre sus filas cuenta con autoproclamados “peronistas republicanos”. Podríamos entrar en más detalles con todas las excepcionalidades del abanico peronista de nuestra actualidad, pero con un disparador basta para imaginar rápidamente el resto. Es decir, hay todo un espectro político que puede violar el intento de férrea dicotomía discursiva de antaño, por lo que el poder que esta emana ya no es el mismo. El kirchnerismo bien claro lo tiene. No es casualidad que en los últimos años los actos en conmemoración por la muerte de Néstor Kirchner, por ejemplo, tengan el mismo rango para La Cámpora y cía. que un 17 de octubre. Da la sensación que la fuente y el descamisado en blanco y negro huelen a demodé para la intelligentsia del Instituto Patria. ¿Qué mejor que reemplazar aquella épica con pocos sobrevivientes por un fresco y patriótico 22%, una asunción el 25 de mayo con aires de refundación en un nuevo milenio y un corte en la frente? Chapeau! Si se puede implementar definitivamente al “kirchnerismo-antikirchnerismo” como único determinante, se cierran los pasadizos entre tesis y antítesis que abre inexorablemente el paso de la historia. Con un nuevo vigor, quedan claros los bandos, el liderazgo está más vivo que nunca y la organización clara como el agua. Al fin y al cabo “(…) acá nunca le dimos bola al partido. Nunca” sentenciaba Cristina Fernández de Kirchner con relación al PJ y Santa Cruz, cuna de la aspiración a nuevo movimiento, en alguna conversación telefónica con el condescendiente Parrilli.

      ¿Y los antiperonistas? Más peronistas que nunca. O por lo menos gran parte de ellos. Los opositores identificados como peronistas, gorilas encubiertos dirá la vereda de enfrente, son en parte la razón por la que la figura de Perón tenga que seguir vigente en el discurso kirchnerista. Todo ese grupo que continúa diciendo detentar la verdadera doctrina, es una piedra en el zapato para el kirchnerismo. Pero el tiempo es tirano y quizás las viejas glorias no aguanten los embates de nuevos centros de formación abocados más a Néstor y Chávez que al Perón del GOU. En última instancia, los números son definitorios. En cuanto a los “propiamente antiperonistas”, cada vez que asocian al kirchnerismo como una faceta del peronismo, no hacen más que perpetrar la vigencia del tradicional clivaje… ¡pero también se aseguran las expectativas a futuro! Parece ser que, en las condiciones actuales, la oposición no tiene mejor opción que mantener vivo el “peronismo-antiperonismo”. ¿Cuántas veces hemos escuchado a dirigentes tales como Elisa Carrió decir frases al estilo de “este modelo que se está llevando a cabo no es el que quiere el pueblo peronista”, situando al kirchnerismo en el antiperonismo?. La fórmula Macri-Pichetto se erige como excelente ejemplo de las posibilidades que esto brinda.

      Por supuesto que para la oposición la mejor opción sería instalar su propio sistema discursivo, ser el centro y dejar al kirchnerismo como una periferia cuya esencia depende del primero. Pero el camino puede resultar tortuoso, más si no se posee el momentáneo privilegio de ser oficialismo. La primera opción, sería sumar a Juan Domingo Perón a un extenso y diverso panteón de próceres argentinos que, aunque tengan matices que se siguen discutiendo en acotados círculos académicos, la mayoría de la población y la élite política considera intocables. Así, un nuevo clivaje estaría definido por términos totalmente nuevos. ¿Cómo convencer a todas las filas peronistas de la oposición de dejar atrás su mayor estandarte? Gran incógnita. El consenso necesario dista de ser un objetivo fácil, sin tener en cuenta que radicales, libertarios, conservadores, socialistas, etc. también tendrían que dar su apoyo a la posibilidad de abrir una nueva e incierta línea discursiva. Como segunda opción, moderada podríamos decir, nos encontraríamos con un nuevo discurso al estilo “repúblicanos - antirepublicanos” (sea libre el lector de elegir el que más le guste, desde la extrema izquierda a la extrema derecha) que en alguno de los conjuntos incluya al peronismo como un subconjunto. Es decir, el mismo intento a medio camino del kirchnerismo, que como vimos, plantea dificultades por el momento. Como última opción, está desterrar la dialéctica personalista de “amigo-enemigo” tan arraigada en la cultura argentina: Abrir el juego en el plano del discurso a la conformación de dos o varios polos con contenido propio y que se reconozcan como tales entre ellos. En seguida nos damos cuenta de que el sistema no propone incentivos para ello, ya que se requiere la buena voluntad de todas las partes y en cuanto una defeccione pueda implantar su discurso maniqueo y dejar atrás el falso consenso, corriendo ahora con la ventaja. Así, sin una tercera parte por fuera de la discordia partidaria que pueda imponer distintos incentivos, todos tenderán a competir por el discurso hegemónico, y con razón.

    Si ha llegado hasta aquí con la lectura, recordará la frustrada estatua que nombramos al principio de estas líneas. Lo cierto es que, hacia fines del 2015, sería Mauricio Macri quien, en plena euforia cambiemista, inaugurará la primera estatua de Perón en la Ciudad de Buenos Aires. “Unos dicen que son peronistas, pero se dedican a manipular las cifras de pobreza. Pero el peronismo no es prepotencia ni soberbia, el peronismo es justicia social, luchar por igualdad de oportunidades, por la pobreza cero en la argentina. Ese es el peronismo que yo reivindico”; sentenció, quizás con cierta nostalgia por su alianza con el PJ porteño en el 2003. A pesar de esto, en otras épocas también se mostró reticente a sumar peronistas a su espacio y la retórica para con aquellos sectores no terminaba de ser tan clara. Como es el caso de Macri, encontramos los mismos rumbos desconcertantes y ambiguos con respecto al peronismo en casi toda la oposición. Más bien diría, un miedo (ni más ni menos) a postular una postura clara sobre Perón y su gestión. Sea este motivado por la posibilidad de perder electores dentro del peronismo opositor o del más aguerrido antiperonismo, lo cierto es que, ante la imposibilidad de imponer su propio discurso hegemónico, parece que la única solución de la oposición para no enfrentarse a un desafío mayor (un “kirchnerismo-antikirchnerismo” depurado al extremo) es definirse, aunque sea esporádicamente, con respecto a la figura del presidente electo en 1946. Mientras tanto, encontrar un camino viable para imponer su propio discurso que defina a la sociedad sería lo más intuitivo, para cualquier fuerza política.

    Lo cierto es que hoy en día, con amantes que odian y odiadores que aman, Juan Domingo Perón se mantiene a flote en la discusión pública. ¿Pero qué música emanará del pueblo argentino en el futuro? ¿A quién pronunciará? ¿Seguirá siendo “maravillosa”?

                                                                                                                                  Por Franco Occhipinti




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