El futuro político de Brasil y su impacto en Argentina

     Las elecciones del pasado domingo en Brasil arrojaron un resultado inconcluso. Si bien Luiz Inácio “Lula” Da Silva se impuso sobre el actual presidente, Jaír Bolsonaro, por cinco puntos, ambos candidatos se batirán en un balotaje el 30 del mes corriente. El resultado que trascienda tendrá un importante impacto en la Argentina. A nivel económico, Brasil es el principal socio comercial de nuestro país, al ser su principal mercado de exportación e importación. En 2021, cuando la Argentina logró recuperar el nivel de inversión extranjera directa de la pre-pandemia, Brasil fue el sexto inversor principal, y el primero en Latinoamérica.

      Con la invasión de Rusia a Ucrania, la suba de los precios de la energía y el petróleo (y su subsecuente impacto sobre el valor de las importaciones), una elevación de las tasas de interés de la Fed con el objetivo de combatir la creciente inflación en Estados Unidos, y un contexto generalmente más desfavorable no sólo para la región sino también para el mundo, contar con un socio importante debe ser un objetivo prioritario para Argentina.

       Por su dimensión geográfica y económica, Brasil se ha convertido, en las últimas décadas, en un actor internacional relevante. Esto agrega una dimensión política importante para el futuro de la Argentina: Brasil es el principal socio del Mercosur, que debe encabezar el proceso de consolidación del organismo, al contar con un potencial económico y productivo del que sus socios (incluyendo nuestro país) carecen. En un contexto de crisis, crear cadenas de valor regional para atraer capitales extranjeros es una política que podría favorecer a la Argentina.

     En este contexto, se abren dos posibilidades frente a la Argentina, dependiendo del resultado que arrojen las urnas. Si Bolsonaro se mantiene en el poder, es plausible que mantenga su línea de acercamiento con las potencias occidentales y un alejamiento de China. Aunque esta cuestión no sea tan relevante para nuestro país, sí lo es su postura crítica hacia el Mercosur, al cual calificó de estar demasiado ideologizado, y regímenes como Venezuela, con quien el gobierno argentino (pese a algunas rispideces originadas con el incidente del avión venezolano-iraní) mantiene una cercanía ideológica. Respecto al Mercosur, la política bolsonarista podría resumirse en dos características: liberalización, eliminando las notoriamente altas barreras tarifarias que aún mantiene el órgano, y desprendimiento de los foros multilaterales y de la región, marcando la preferencia del ex militar por las negociaciones bilaterales y las relaciones con otros polos, como lo denotan su repliegue de la CELAC y su retiro de la ya inerme UNASUR. Particularmente complejo resulta teniendo en cuenta que el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, si bien con una tendencia más moderada, comparte el enfoque más liberalizador de Bolsonaro. Si el gobierno argentino no cuenta con un aliado ideológicamente poderoso como Brasil, el ya estancado proceso de integración difícilmente podrá avanzar.

      La segunda posibilidad aparece si las cifras del domingo se replican, y Lula da Silva asume la presidencia nuevamente. Este sería el resultado más beneficioso para el gobierno, sobre todo teniendo en cuenta que, en los últimos años, mientras que Argentina se ha vuelto menos relevante para Brasil, lo opuesto se observa a la inversa. Es probable que el líder del PT reitere un esquema ya visto en la política exterior de su gobierno previo, con un acercamiento a la Argentina y una postura integracionista, que resultaría favorable para la administración de Alberto Fernández. Incluso Daniel Scioli, Embajador de la Argentina en Brasil, expresó sus esperanzas en este sentido: tras el triunfo inicial de Da Silva, dijo que “se venía una nueva etapa de profunda integración”. Es de destacar que tanto Alberto Fernández como su vicepresidente tienen una relación personal con el candidato izquierdista, y numerosas veces afirmaron la necesidad imperante de su liberación cuando había sido apresado.

     En un momento de relativo enfriamiento de las relaciones comerciales con Brasil (al menos respecto a etapas anteriores) y crecientes tensiones en el seno del Mercosur, además de una crisis política que sacude al gobierno argentino, particularmente a partir de la derrota legislativa del oficialismo, el triunfo de Lula podría ser una bocanada de aire fresco para el kirchnerismo. Tal vez la tercera década del siglo XXI vea un renacer de la “ola rosa” de líderes con tendencias de izquierda, y sea testigo de mayores intentos de integración en el seno de organizaciones como la CELAC (de la cual Alberto Fernández es hoy presidente pro témpore) o el Mercosur, e incluso de la reactivación de la UNASUR, que, en su momento, supo representar la homogeneidad en la visión política y económica de sus fundadores e impulsores, de los cuales Lula ha sido uno de los principales.

     Pero el futuro aún es incierto: pocas encuestas pudieron predecir la escasa diferencia de votos entre Lula y Bolsonaro, y nada ha quedado zanjado. Por otro lado, el cada vez mayor desprestigio del gobierno argentino fortalece a la oposición y lleva a pensar que el rumbo de las decisiones políticas podría cambiar a partir de 2023. ¿Podrá el gobierno de Alberto Fernández aprovechar el reimpulso de las ideologías de izquierda en Latinoamérica para fortalecerse y sortear los actuales obstáculos a nivel de la política internacional? ¿Cuál será el derrotero si Argentina, en 2023, escoge otro camino? ¿Seguirá siendo el Mercosur un proyecto de integración bloqueado, o podrá recibir un nuevo impulso? 

Martina Pereyra




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