Esta elección llega casi un año después de las elecciones presidenciales que forzaron a Erdogan a su primer segunda vuelta desde que está en el poder, y por ello, a pesar de ser solamente unas elecciones locales, son vistas en clave nacional; además de impulsar la imagen en todo el país de los alcaldes kemalistas de Ankara y Estambul, que ya son vistos como los dos principales candidatos a la presidencia por la oposición, en 2028.
Pero no solo el beneficiado fue el CHP, sino que en las fuerzas de la derecha conservadora islamista, más radicales que las del oficialismo, el YRP (Nuevo Partido del Bienestar) y el MHP (Partido de Acción Nacionalista) cosecharon 6% y 5% respectivamente; estos dos partidos recibieron parte de los votos perdidos por el AKP, a raíz de una vision de un debilitamiento en materia de nacionalismo y religión, dos de los principales pilares del erdoganismo. Otra parte de los votantes que no eligieron acompañar a Erdogan y sus candidatos en esta elección eligieron la abstención, ya que fueron las elecciones con menor participación desde 2004. En cuanto a las ganancias del CHP en distritos conservadores antes votantes del AKP, tiene entre sus principales causantes a la economía; una inflación que no cesa y que según una encuesta del Centro de Investigación Social Yöneylem, empuja a más de dos tercios de la población turca a tener dificultades para pagar la comida y el alquiler. Con una inflación del 68.5% en marzo, una pobreza de casi el 10% y un tasa de desempleo rondando también el 10%, los ciudadanos turcos empiezan a aquejar 20 años de Erdogan.
No hemos de olvidarnos del electorado kurdo. El DEM, de corte izquierdista y pro kurdo, resultó vencedor en el este del país, de mayoría kurda, en las provincias y municipios fronterizos con Siria e Irak. Hoy, el 20% de la población turca es étnicamente kurda, lo que se traduce en alrededor de 17 millones de personas. Este creciente electorado es cada vez más clave en los cálculos nacionales, ya que es tendiente a ser anti-Erdogan; sumado al escándalo de la anulación de la victoria de un candidato del DEM en Van, ciudad del este del país, por parte del gobierno, que luego declaró al candidato del AKP, llevando a protestas y choques con la policía. Pero para entender mejor como llegamos a esta elección y la importancia que obtuvo, debemos repasar la historia política y económica reciente de Turquía bajo liderazgo islamista.
Turquía como nación nace gracias a Mustafa Kemal Atatürk, considerado el padre de la Turquía moderna, tras el establecimiento de la República, en 1923. El pensamiento modernista, secular y pro occidental de Atatürk perduró y moldeó la política turca durante décadas, pero tras golpes de Estado e inestabilidad política, fue viendo su apoyo disminuir, hasta que un joven Erdogan, en aquel entonces alcalde de Estambul y figura creciente del reformismo islamista, tras conseguir evadir una prohibición de presentarse, gana las elecciones parlamentarias de 2002 y accedió a la jefatura de gobierno turca en 2003, y desde entonces maneja los hilos del país euroasiático.
Varias reformas constitucionales destinadas a concentrar poder en sus manos y transformar el sistema institucional turco lo fueron haciendo cada vez más poderoso; principalmente, en la reforma constitucional de 2017, en la que abole la figura del primer ministro, concentrando la jefatura de Estado y gobierno en la presidencia, que él ostentaba desde 2014. Erdogan no solo ha visto incrementado su poder e influencia dentro de Turquía, sino también en el plano internacional. Turquía bajo el liderazgo de este, se ha convertido en un líder regional, que ha intervenido en los conflictos en Medio Oriente y ha estado envuelto en polémicas con la Unión Europea (esta relación rota motivó a la UE a suspender las negociaciones de ingreso de Turquía a la Unión en 2019).
Fue el año pasado que Erdogan consiguió renovar su mandato por 5 años más, hasta 2028, y anunció que estas elecciones locales de marzo pasado, serían las últimas para él, vislumbrando el final de más de dos décadas de erdoganismo, e iniciando la carrera por la sucesión y liderazgo del movimiento islamista. Pero, ¿Deberíamos creerle a Erdogan? Yo no lo haría. Como bien le dijo Hakki Tas, politólogo en Alemania, a DW, Erdogan en 2009 también había dicho que serían sus últimas elecciones y en 2012 que sería la última vez buscando reelegir como presidente del partido. No es solo una sensación, sino que abre un gran problema para el AKP:gran parte de su electorado separa a la figura del líder de la del partido, generando desconfianza de la supervivencia del AKP y del islamismo en el poder. Además la economía no da indicios de mejora en el corto plazo. El gran obstáculo que puede enfrentar Erdogan es el paso del tiempo, es decir, su edad; actualmente el mandatario cuenta con 70 años y llegará a la elección de 2028 con 74 años, y en caso de volver a ganar, terminaría el mandato con 79 años. Además, del lado de la oposición, los ya mencionados, İmamoğlu (alcalde de Estambul) y Yavaş (alcalde de Ankara), son figuras carismáticas que despiertan una mayor popularidad que el antiguo líder del CHP, Kemal Kılıçdaroğlu; y en el caso de İmamoğlu, juventud. Quizás es pronto para sentenciar el final de Erdogan y el AKP, pero no faltan indicios para estar atentos a la economía y política exterior turca en los próximos 4 años.
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