El ajedrez político de la Siria Post-Assad


Autor: Lucas Gonzales


A finales de 2024, la histórica marcha rebelde concluyó con la entrada de Hay’at Tahrir al-Sham y el Ejército Nacional Sirio en Damasco, poniendo fin al régimen de Bashar al-Assad. Ahmed al-Charaai asumió la presidencia del gobierno de transición, anunciando el inicio de un proceso constitucional que prometía dejar atrás décadas de autoritarismo. Pese a las promesas de unidad, el nuevo Ejecutivo se vio inmerso en enfrentamientos con facciones aliadas a Turquía, remanentes del antiguo régimen y grupos locales disidentes. Las acusaciones de persecución contra alauitas y cristianos reflejan una crisis de derechos que alimenta una descomposición social, manteniendo a Siria en un estado de anarquía y tensión permanente. En el plano internacional, Ahmed al-Charaa viaja por Europa y el Golfo en busca de apoyo político y financiero: negocia con Francia y la Unión Europea el alivio de sanciones, explora inversiones de compañías energéticas estadounidenses e intenta redefinir la presencia militar rusa en Tartus y Jmeimim. En este juego por el poder, cada potencia busca maximizar su influencia y recursos en el corazón de Medio Oriente. 

El proceso de crisis interna que el país de Siria sufre desde el año 2011 tuvo un giro decisivo a finales del 2024. En efecto, el 8 de diciembre del mencionado año las fuerzas rebeldes de Hay'at Tahrir al-Sham y el Ejército Nacional Sirio entraron en Damasco, dando fin al régimen de Bashar Al-Assad. En los siguientes días, el líder de HTS, Abu Mohamed al-Golani, se le fue dado el poder como presidente del gobierno de transición, prometiendo dejar de lado el legado de Al-Assad e ir hacia un gobierno constitucional.

Sin embargo, los conflictos internos y violentos en Siria, ahora en torno a la repartición del poder, continúan. El gobierno de transición junto con HTS tuvieron enfrentamientos con el Ejercito Nacional Sirio (respaldado por Turquía) y las Fuerzas Democráticas Sirias, que rechazan someterse al nuevo Ejecutivo; y enfrentamientos con células remanentes del viejo régimen de Al-Assad. Sumado a los conflictos internos, existen denuncias de persecuciones contra minorías protegidas tradicionalmente por el antiguo régimen, tales como alauitas y cristianos. Fuera de lo que se esperaba quizá en un principio, Siria sigue en un estado de anarquía, tratando de buscar una unión muy lejana a conseguir.

Ante todo esto, el presidente Al-Golani (o ahora, dejando de lado su nombre de guerra, el presidente Ahmed al-Charaa) debe solucionar no solamente los problemas internos dentro de Siria, sino también buscar legitimidad a nivel internacional y atraer financiamiento para un país devastado por tantos años de guerra civil. Es así como Al-Charaa viajó este pasado 7 de mayo del 2025 a Francia, donde se reunió con el presidente Emmanuel Macron ofreciendo protección a minorías y apertura gradual al pluralismo político, a cambio de un progresivo levantamiento y alivio de sanciones europeas. Los viajes de Al-Charaa en búsqueda de legitimidad continuaron, esta vez al Reino de Bahréin en búsqueda de acuerdos de cooperación económica y conversar sobre cuestiones de financiamiento.

Las acciones de Al-Charaa no terminan aquí, sino que busca acercarse también a un Estados Unidos escéptico mediante el acercamiento a Israel a través de intermediarios y señalando su voluntad de hacer acuerdos que permitan a las compañías estadounidenses de petróleo y gas hacer negocios en el país. A pesar del acercamiento con el favorito de Estados Unidos en Medio Oriente, Israel sigue dando golpes aéreos contra objetivos vinculados a Irán en Siria causando daños en la población civil. No se debe olvidar, además, que luego de la caída de Al-Assad Israel expandió su buffer-zone en los Altos del Golán argumentando que era por razones de seguridad.

Mientras entabla conversaciones con el imperio americano, también entabla negociaciones con uno de los principales rivales de los Estados Unidos: Rusia. Siria y el Krelim negocian la permanencia de los enclaves militares rusos tanto en las ciudades de Tartus y Khmeimim, sediento ante la demanda de Damasco de revisar los acuerdos de arrendamiento que le aseguraban la presencia en el país sirio.

En este mosaico, casi inabarcable, de intereses contrapuestos, cada potencia actúa conforme a una lógica de maximización de su poder y convierte a Siria en el epicentro de su competición estratégica: Estados Unidos ofrece exenciones y ayuda a las finanzas sirias a través de países como Bahréin o Qatar. De esta manera contienen la proyección iraní. Rusia, por su lado, negocia la reafirmación de sus enclaves militares en Tartus y Khmeimim, asegurando así su conexión con el mediterráneo. Israel ejecuta ataques puntuales a instalaciones vinculadas a Irán y extiende su buffer-zone en los Altos del Golán bajo el pretexto de seguridad. Al mismo tiempo, los Estados del Golfo compiten por contratos de reconstrucción y acceso a recursos estratégicos sirios, ofreciendo ayuda económica a cambio de concesiones políticas. La Unión Europea condiciona el levantamiento de sanciones económicas a Siria a cambio de avances en los derechos civiles de los sirios y la transparencia política. Vemos entonces que todos estos movimientos no son gestos inútiles, sino jugadas calculadas en un tablero de ajedrez en donde las distintas potencias, actuando dentro de la anarquía internacional, aprovechan la cuestión siria para extraer réditos estratégicos y engrosar su propio poder.


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