Autor: Santiago Martín López Micossi
En el eterno y delicado contexto económico de Argentina y la búsqueda de soluciones estructurales, dos sectores emergen como pilares del desarrollo a futuro: la energía y la minería. Las proyecciones muestran que, de continuar el ritmo de inversiones y desarrollo, las exportaciones de estos sectores igualarán e incluso superarán en pocos años a las exportaciones agropecuarias, histórico motor externo del país. Este cambio no es menor porque no implica sólo un impacto macroeconómico formidable —con generación de divisas, empleo y crecimiento— sino también una transformación profunda en el mapa productivo argentino, con efectos directos en el fortalecimiento del federalismo y la descentralización económica.
La transición energética global junto con la creciente demanda de minerales estratégicos como el litio, el cobre y el hidrógeno colocó a Argentina en el radar de las grandes potencias y empresas internacionales.
Por un lado, Vaca Muerta continúa consolidándose como una de las principales reservas de gas no convencional del mundo: las exportaciones de gas natural licuado (GNL) y petróleo continúan su crecimiento sostenido. En paralelo, los proyectos para transformar Argentina en un exportador de hidrógeno verde avanzan gracias a las inversiones de gigantes internacionales.
Por otro lado, el boom del litio en las provincias del Noroeste está llevando a que Argentina se perfile como el segundo productor mundial de este mineral, clave para la movilidad eléctrica y la transición energética. A esto se suman proyectos avanzados para la extracción de cobre, cuya demanda global será crítica en la próxima década.
Durante décadas el agro representó entre el 50% y el 70% de las exportaciones argentinas. Sin embargo, las proyecciones del sector energético y minero sugieren un cambio de paradigma. Según datos de la Secretaría de Energía y de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM), hacia 2030 las exportaciones combinadas de energía y minería podrían alcanzar los 80.000 millones de dólares anuales, frente a los 60.000 millones promedio del complejo agroindustrial. En específico, el gas y el petróleo podrían aportar más de 40.000 millones, mientras que el litio y el cobre agregarían otros 30.000 a 40.000 millones, si se concretan los más de 20 proyectos en cartera. Este crecimiento no sólo permitiría resolver el problema de restricción externa que aqueja a la economía argentina, sino también mejorar la estabilidad macroeconómica, reducir la dependencia de endeudamiento externo y fortalecer la moneda local.
Proyección de exportaciones hacia el 2030Uno de los aspectos más relevantes de este cambio es su impacto en el federalismo económico. A diferencia del agro, cuya concentración se da en la región Pampeana, la minería y la energía están arraigadas en las provincias periféricas, contundentemente en el Noroeste, Cuyo y la Patagonia; y resulta clave para fortalecer las economías regionales y reducir la histórica asimetría con Buenos Aires y la región Pampeana.
En Jujuy, Salta y Catamarca, la extracción del litio ya genera empleo, regalías e inversiones en infraestructura; mientras que Mendoza y San Juan se posicionan como ejes del futuro minero nacional con los proyectos de cobre, oro y plata en marcha.
Por otro lado, en Neuquén, el corazón de Vaca Muerta, la explotación de petróleo y gas no convencional ya representa más del 50% de la producción nacional. Otras provincias como Río Negro, Chubut y Santa Cruz proyectan una gran participación en el desarrollo del hidrógeno verde y la energía eólica, con enormes perspectivas exportadoras hacia Europa y Asia.
Los beneficios no son solo macroeconómicos. Según un informe del Consejo Federal de Minería (COFEMIN), por cada puesto de trabajo directo en minería se generan entre 4 y 5 empleos indirectos en transporte, servicios, hotelería, gastronomía e industria. Lo mismo ocurre en el sector energético, donde los clústeres de proveedores crecen en torno a Vaca Muerta y a los futuros polos de hidrógeno. Además, las provincias están utilizando parte de los ingresos extraordinarios para inversiones en salud, educación, conectividad y obras públicas. Esto genera un círculo virtuoso que podría sentar las bases de un verdadero desarrollo sostenible.
A pesar de las enormes oportunidades, existen desafíos que el país debe enfrentar para que esta nueva matriz productiva no reproduzca viejos problemas. Por un lado, es necesario atender las demandas de las comunidades y revisar las condiciones actuales dado que los métodos de extracción son altamente riesgosos para las personas y para el medio ambiente, por lo que la seguridad respecto a ambas variables es clave para la viabilidad a largo plazo. Por otro lado, las provincias reclaman estabilidad normativa, seguridad jurídica y reglas claras para atraer inversiones, especialmente frente a los vaivenes económicos nacionales. Por último, se suma la necesidad de asegurar que los beneficios no queden concentrados en el gobierno central y que las provincias retengan una parte justa de la renta generada, ya que en la actualidad las ganancias netas de las provincias resultan muy bajas.
Argentina tiene una oportunidad histórica para construir una economía más diversificada e integrada federalmente. La energía y la minería, con reglas claras, cuidado ambiental y desarrollo de cadenas de valor, pueden convertirse en motores de un modelo económico inclusivo, descentralizado y sostenible. El desafío no es sólo económico, también es político y social. Si se logra, el país no sólo disminuirá su restricción externa, sino que también construirá un federalismo productivo real, donde las provincias no sean meros espectadores sino protagonistas del desarrollo nacional. Las nuevas oportunidades siempre existen y Argentina dejó pasar muchas a lo largo de la historia. Esta no debe ser una más de ellas.
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