Autor: Facundo Piñón
El tradicional esquema partidario que dominó la escena política durante los últimos 20 años demuestra claros signos de agotamiento. Aquel era encabezado por un dominante partido peronista, con fuerte arraigo electoral y territorial; por otro lado, una oposición antiperonista que, entre alianzas conflictivas y efímeras, solía dividirse entre un sector de centro -encarnado en la Unión Cívica Radical y aliados- y otro más a la derecha, representado últimamente por el PRO y peronistas disidentes.
En el último año y medio, la situación ha cambiado drásticamente. El triunfo de Javier Milei significó el fin de una era para la política partidaria y electoral, representando un hecho hasta el momento impensado: un outsider de la política, con un discurso “anticasta” y con la promesa de reducir fuertemente el gasto público, ganaba cómodamente las elecciones.
La reconfiguración del arco político se debe, en gran medida, a la estrategia disruptiva de Milei. La polarización discursiva entre quienes lo apoyan incondicionalmente y la “casta” que busca su fracaso arrinconó a la oposición y desafió sus tácticas habituales. Muchos de ellos no supieron -y probablemente todavía no sepan- cómo posicionarse. Así, a pesar de contar con una minoría muy reducida en el Congreso, el gobierno pudo casi siempre dominar la escena. Enfrente, una oposición fragmentada y debilitada que, salvo en raras ocasiones, se unió para incomodar al gobierno con temas sensibles, aunque la mayoría la considera responsable de la crisis económica.
Hoy, el armado formal de la estructura partidaria de la Libertad Avanza en todo el país y la formación de alianzas electorales terminó de consolidar el caos opositor. El peronismo se ve tensionado por la dificultad para renovar sus liderazgos y estrategias, y por el dilema que plantea la reciente condena a Cristina Kirchner. Sea que mantenga su cercanía hacia la expresidenta o se reinvente, es seguro que el frente peronista-kirchnerista se posicione junto con la alianza libertaria como los dos nuevos polos de un sistema o en el que casi no hay lugar para posturas medias, y acaparen la mayoría de los votos en las próximas elecciones – sumando más del 75%-.
En este contexto, no deja de sorprender el sólido apoyo social que consigue la Libertad Avanza, aun considerando el duro impacto de sus medidas. La ausencia de alternativas fuertes la mantiene como la opción preferida de un amplio sector del electorado. Las encuestas reflejan un escenario similar al de las elecciones del 2023: el partido de Milei encuentra adeptos no solo en las provincias del centro -tradicionalmente antiperonistas-, sino también en aquellas históricamente peronistas, como las del Norte y la Patagonia. Esto explica la desaparición del Pro que, al no poder diferenciarse del oficialismo, terminó convirtiéndose en su aliado obligado, tras la pérdida de su electorado a manos del espacio libertario. Así, Milei no solo acaparó el espacio de centroderecha, sino que lo amplió, pasando de ser apoyado principalmente por votantes de edad avanzada y mejor posición económica, a aglutinar a grupos de diversa clase, origen y edad -especialmente los más jóvenes-.
Otros hechos que confirman esta tendencia hacia una nueva polarización es el debilitamiento de los partidos de centro. Entre ellos, el más afectado es, sin duda, el histórico partido radical, ya casi sin electores propios y fragmentado internamente ante la tentación de sus dirigentes de migrar hacia el oficialismo. Algo similar sucede con el peronismo federal y los partidos provinciales, que tratan de preservar su importancia como negociadores de gobernabilidad en el Congreso y de formular estrategias electorales en cada jurisdicción que les permitan seguir influyendo en la escena nacional.
Si bien la polarización continúa siendo la característica principal del sistema, la relación de fuerzas se ha invertido. Lentamente pierden centralidad las antiguas figuras principales, como Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Por primera vez desde el regreso a la democracia, ni el peronismo ni el antiperonismo dominan la escena. En su lugar, el protagonismo recae en un novedoso armado liberal cuyo líder era casi desconocido hasta hace unos pocos años, y cuyo discurso disruptivo, confrontativo y fuertemente ideologizado sirvió para capitalizar el hartazgo de la sociedad y para conformar un electorado propio.
Finalmente, la proximidad de las elecciones tensiona aún más las relaciones entre el gobierno y la oposición, apresurando la definición de estrategias y desatando una carrera vertiginosa por posicionarse de cara a los comicios. Algo no cambió: como siempre, será la economía la que defina el futuro de este nuevo escenario.
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